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Ya contamos hace algunos meses que José
Ortega y Gasset (1883-1955) fue/es un maestro en el arte de ver los procesos históricos y las personas con los ojos despiertos.
En esta ocasión, analizamos algunas de las perlas que jalonan 'La rebelión de las masas', una compilación de ensayos que el filósofo que acuñó la teoría del raciovitalismo publicó en el diario El Sol entre 1929 y 1930, y que salió a la luz como libro en 1930. Hablamos de una obra mayúscula para comprender nuestro tiempo, como corrobora el dato de que ha sido el libro más traducido de Ortega.
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En 'La rebelión de las masas' el pensador español critica el embrutecimiento del hombre promedio de su tiempo, cada vez mejor equipado en condiciones de vida y cada vez también más superficial (¿les suena de algo?) y apegado a su autosuficiencia de "niño mimado o señorito satisfecho", con plena conciencia de sus derechos y deleites, muchas veces anclados a un ocio consumista borreguil, que vacía de contenido la personalidad, y ninguna conciencia histórica de sus deberes para seguir protegiendo y ensanchando la civilización humana.
Ortega era un tipo inconformista, en el sentido más interesante del término: aquel que le pide algo más a la vida, consciente de la grandeza que esconden los pliegues de su intencionalidad en su vertiente más genuinamente humana.
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Hablamos de un hombre "deslumbrado ante la realidad cotidiana". Una cualidad que el contrapone a la de masa como "mostrenco social”; persona adocenada en su falta de conexión interna: "todo aquel que no se valora a sí mismo. No se siente especial ni para bien ni para mal. Sino que se siente como todo el mundo. No se angustia. Se siente a salvo al saberse como todo el mundo...".
Ortega era gran aficionado de las lecciones que ofrece la historia, y muestra predilección por la "edad de oro de la antigüedad clasica: tiempo más ancho, más rico, más difícil y perfecto". Al tiempo que desconfía de esa obcecación de nuestro tiempo de vernos como la cima en relación a las generaciones anteriores. Idea que ilustra con palabras de Cervantes: “el camino siempre es mejor que la posada” y se lamenta de la arogancia de lo moderno: que se cree lo definitivo, frente al tiempo que está conjugandose.
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Esa conexión con el futuro orteguiano, que bebe de las mejores aspiraciones, es clave en su pensamiento: "ser imprevisible, abierto a un horizonte auténtico en el que cabe toda posibilidad, es la vida plena”.
Su definición de los contornos de la vida que le tocó vivir cobra hoy una vigencia extraordinaria: “el contenido de la vida se ha mundializado. Cada ser humano vive en todos los rincones del planeta. La velocidad de los medios de comunicación nos permite consumir en menos tiempo vital más tiempo cósmico. Nuestra vida es, en todo instante, conciencia de lo que nos es posible. Todo vida es encontrarse dentro de la circunstancia, eso que llamamos mundo.
Mundo es el repertorio de nuestras posibilidades vitales. No es pues algo ajeno a la vida. Sino que es su auténtica periferia. Representa lo que podemos ser. Por lo tanto, nuestra potencialidad vital. Esta potencialidad tiene que concretarse para realizarse. Llegamos a ser sólo una parte mínima de lo que podemos ser".
Así mismo, su faceta visionaria resuena también en este párrafo: “tenemos, en el orden intelectual, más caminos de ideacion. Ahora hay más problemas, más datos, más ciencias, más puntos de vista”.
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Paralelamente, han crecido también la diversidad de opciones de caminos de vida: “Los oficios en la vida primitiva se enumeran con los dedos de una mano: pastor, cazador, guerrero, mago... Sin embargo, para el ser humano actual que habita las urbes las posibilidades de gozar han crecido de una manera fantástica".
No obstante, se lamenta de que la vida actual crece en cantidad pero no en calidad... Y define dos tipos de personas. Por un lado, “las que se exigen mucho. Aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores, y acumulan sobre si mismas dificultades y deberes. Y las que no se exigen nada. Para las que vivir es ser en cada instante lo que ya son. Sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas. Boyas que van a la deriva...".
1930 en fotos, año de publicación de La rebelión de las masas. Fuente: Wikipedia
Para aclarar su idea del hombre selecto lo compara con un modelo de conducta budista:“el mahayana: gran Camino y gran carril” . Y lo contrapone al “hombre vulgar, que sabiéndose vulgar, quiere imponer su vulgaridad” .
Para Ortega, una soecidad crecerá en la medida en la que cultive una mayor abundancia de esas personas discrepantes y especiales, que se exigen y exigen más en la construcción social. Expresado con sus palabras: “la historia se nutre de los valles y no de las cimas, de la altitud media social y no de las cimas. Vivimos en sazón de nivelaciones. Se nivelan las culturas, los sexos... Pues bien también se nivelan los continentes. La mejora de vida de las masas significa un formidable incremento de la vitalidad y las posibilidades”. Impresiona que escribiera lucideces así hace ya 90 años.
También despliega su crítica en cómo se articula la educación: “en la escuela se enseñan técnicas para la vida laboral y para vivir intensamente, pero no se ha educado la sensibilidad para los grandes deberes históricos. Importa conocer mejor este hombre masa que es pura potencia del mayor bien y del mayor mal. Nunca antes el hombre medio ha encontrado mayor estabilidad económica, lo que le ha permitido incorporar nuevos lujos a su repertorio vital y estar menos expuesto al arbitrio ajeno".
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Tres ejes posibilitan ese avance, desde su perspectiva: "la democracia liberal, el avance científico y el industrialismo".
En ese contexto, nos dice Ortega, crece el hombre masa, hecho de “limitación y dependencia, que expande sus deseos personales y muestra radical ingratitud hacia quien ha hecho posible su existencia". Es lo que el denomina la psicología del niño mimado...para quien "todo está permitido y nada está limitado. Desconoce sus confines".
En ese tramo de su meditación, se nos recuerda que “vivir es tratar con el mundo”. Y vindica al “hombre selecto, que apela a una norma que está más allá de él. A la que libremente a su servicio se pone. Siente la necesidad de servir a algo que le trascienda. Nobleza es sinónimo de vida esforzada puesta siempre al servicio de superarse a si misma”.
Es verdad que en Ortega había una pulsión elitista, exclusivista, que a veces espanta.
No obstante, se supera ese recelo cuando se le escucha con atención: nobleza es sinónimo de entrenamiento en la vida, ascésis (camino de liberación del alma). Y cita los usos de la cultura china para explicar su mirada a la nobleza, inversa a lo que sucede aquí, donde se heredan bienes y reputación. En China, decíamos, si uno hace aportes nobles a su comunidad, adquiere
la condición de noble y de esta manera prestigia a sus padres y a las generaciones que le precedieron (un puente que se limita cuando se encuentra a otra persona en el linaje que también hizo aportaciones de valor a su pueblo).
Imagen del Athletic Club de Bilbao, equipo campeón de la liga en la temporada 1930-31
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Frente a este afán, bulle el aire adanista del ser masa, que exhibe una “confianza en sí paradisíaca, que le impide comprender sus insuficiencias. Compararse sería salir un rato de si mismo...” pudiéndose complementar así con el otro. Así pues, encontramos una valiosa pista de lo que es el hombre masa: un individualista ignorante y embrutecido. Una idea que apuntala cuando explica que "civilización es la voluntad de convivencia. La masa no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella" y de ahí derivan también sus acertadas críticas a las diversas formas de totalitarismos que se expresaban en su tiempo (el fascismo y el comunismo).
Cerramos esta reflexión con la celebración de otros dos hallazgos que contiene este ensayo. Por un lado, la oda a la complementación, entre individuos y colectividades que expresa aquí el autor de
Meditaciones del Quijote (1914): “la capacidad de fusión es ilimitada: entre individuos y pueblos, también entre clases sociales dentro de un mismo cuerpo político”.
También su desconfianza a un tipo de alabanza de la juventud, características de nuestras sociedades, en las que se alarga la juventud hasta el absurdo. Un tipo de mirada centrada en su apariencia, modas y vigor físico, que desdeña otras edades del conjunto humano. Crítica, por cierto, muy aplicable a nuestra infantilizada sociedad, que sin embargo cierra cauces de trabajo digno y expresión libre, tanto personal como socialmente, a esos mismos jóvenes.
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“Lo admirable del mozo es su exterior y del hombre maduro es su intimidad. Vivimos en una época que venera la juventud y el hombre masa. También sucedió en otras épocas. Pero al menos en Grecia el efebo tenía la guía de su maestro para modelar sus apetitos”.
En síntesis, Ortega apela con este ensayo a que ejercitemos nuestra capacidad de complementación: entre lo elevado y lo hedonista, entre las distntintas naciones (apela a salir del "del provincianismo de los nacionalismos" y se adelantó enormemente a su tiempo invocando la necesidad de unos Estados Unidos de Europa, proyecto que decenios más tarde se materializaría en la actual Unión Europea) y las culturas, entre las diversas sensbilidades y generaciones... De esta manera, podrá el ser humano salir de su determinismo biológico y conectarse con esa intencionalidad histórica y social que le abre futuro, tendiendo un puente que conecta la necesidad de proyecto vital con la libertad y la solidaridad, factores que abren la puerta de un futuro compartido, que estimula y permite crecer personal y socialmente.