Ha sido una buena semana santa. Entre sus días de placidez y
descanso activo (con impagables visitas a los amigos con hijos), he tenido la
suerte de ver una obra maestra del cine como Ben Hur, quizá de los mejores
marketing que se puede hacer en estos días a la cristiandad, además de un viaje
del héroe colmado de épica, fuerza narrativa y dosis abundantes de emoción.
En ese marco, he procurado acercarme a la figura de dos
tipos que admiro desde hace tiempo. Jugando por la banda izquierda de la
memoria colectiva, Johan Cruyff (uno de los cuatro magníficos de la historia
del fútbol –junto a Di Stefano, Pelé y Maradona-hasta el advenimiento de
Messi). Cruyff era un virguero del regate, que empleaba el balón como una prolongación
de su centelleante pensamiento; cuando jugaba, el tiempo parecía reblandecerse
y sus adversarios empezaban a flotar, víctimas de sus amagos y regates, que le
dieron un nombre como mejor jugador europeo durante tres años (1971, 1973 y
1974), además de virrey en el Ajax, el Barcelona y la selección holandesa; esquadras
con las que se hartó de crear belleza (también con pases al hueco y goles de bella
factura, inmarcesibles al paso del tiempo).
Cruyff se convirtió luego (en la época entre el 88 y el 96)
en el entrenador de un exitoso Barcelona, germen del actual Tyrannosaurus
Barça; aquel Dream Team que destronó a la Quinta del Buitre mientras se calzaba
cuatro títulos de liga y una Copa de Europa. Y, sobre todo, se erigió en el ideólogo
del fútbol ofensivo y eficaz, poniendo de acuerdo belleza, talento y eficacia.
Eso que tanto adoran algunos italianos: armonizar la estética con la ética. Una
filosofía de juego, por cierto, con la que luego germinó España como campeona
del Mundo; un sueño hecho realidad que tuvo doble confirmación en esas
Eurocopas que siguen emocionando.
Por otro lado, jugando de medio centro, repartiendo juego
(fraternidad y esperanza) he podido ver algunas de las mejores jugadas del
reverendo Martin Luther King, quien compuso una oda a la convivencia pacífica
con aquel célebre discurso que pronunció en Whasington en 1963.
En el caso de este reverendo bonachón y mujeriego, lo que
más cautiva de su discurso es su habilidad para dibujar imágenes ilusionantes:
o lo que es lo mismo, su templanza y bonhomía para describir los problemas que
sacudían a su país (EEUU) y dibujar metáforas de esperanza en el tiempo (la frontera entre los 50 y los 60 del
siglo pasado) en el que ejerció su labor. Esa habilidad para encontrar las
palabras justas y sembrar la esperanza y la fraternidad en medio de la rabia y
la injusticia. Un proceder en el que se condenaban los problemas, no las
personas que lo expresaban.
Gracias a esas prácticas de no violencia activa, Luther King
y el movimiento a favor de los derechos civiles lograron importantes
reconocimientos como la Ley del Voto y la Ley de Derechos Civiles, en los que se recogían el derecho a votar
de toda la población negra o la no discriminación pública de las personas con ese color en la piel en los
lugares públicos, entre otros logros; merecimientos que le valieron el Nobel de
la Paz en 1964.
También su valentía y su claridad mental para asociar la
triada pobreza, racismo y guerras como un todo entrelazado que explicaba los
graves problemas de su país para prosperar en una comunidad donde se pudiera
articular una convivencia en ciudades y estados presididos por la desconfianza,
el odio y la telaraña de los prejuicios. Como explica uno de los hijos de King,
todavía queda un largo sendero por recorrer en el sueño que una vez vislumbró
su padre.
En un momento como este, en el que adversidades tan grandes
como el paro, los desahucios, la incomunicación, las crisis de los refugiados,
las desigualdades y las guerras empujan al desastre a la humanidad, necesitamos
encontrar esa belleza (bondad, protección, cuidado y fraternidad en los gestos)
que habiliten nuevas posibilidades de convivencia integral.
Nos va la vida y nuestro futuro en ello. Ahora más que nunca
se hacen ciertas esas palabras del reverendo: “si no somos capaces de convivir
en la tierra como hermanos, acabaremos envenenado la misma y destrozándonos
como locos…”.
Necesitamos nuevas avenidas de libertad; una arquitectura de
sencillez y belleza en el gesto para desatascar un campo sembrado de
amarrateguis poco imaginativos que buscan el empate a 0, que en la práctica
significará nuestra desaparición y también la extinción de lo mejor que llevamos
dentro y que hasta ahora hemos expresado con cuenta gotas como especie…(Y me
refiero a la construcción de sociedades más humanas, no a nuestros logros en
campos como el arte o el deporte).
Lo que hermana a estos adelantados a su tiempo (y lo que nos inspira de ellos) es su imaginación, perserverancia en sus ideales y su sentido de la belleza (si te lo pasas bien, será mucho más fácil que se lo pasan bien todos los que comparten contigo un partido, decía Cruyff)...Necesitamos pues una buena dosis de su convicción y activismo para alumbrar senderos de cambio y no violencia en el camino de encrucijadas que nos toca transitar ahora mismo.
Lo que hermana a estos adelantados a su tiempo (y lo que nos inspira de ellos) es su imaginación, perserverancia en sus ideales y su sentido de la belleza (si te lo pasas bien, será mucho más fácil que se lo pasan bien todos los que comparten contigo un partido, decía Cruyff)...Necesitamos pues una buena dosis de su convicción y activismo para alumbrar senderos de cambio y no violencia en el camino de encrucijadas que nos toca transitar ahora mismo.