Excursión es cuando dos timbrazos de una chica de catálogo te impulsan a mirarla a poco centímetros mientras inventas frases poco convincentes para seducirla.
Incursión es cuando piensas “tienes una cara perfecta. Y triste, como si te hubieran robado la luz. Y tu curiosidad me pone más curioso”
Excursión es una cena diez años después de haber dejado el nido. Un lugar inexistente, porque ese patio y la gente con la que sueñas hace tiempo han dejado de existir.
Incursión es la pereza de revisar las celebraciones y miedos del pasado. Al final, comprendes, es un problema de actitud. No siempre tienes la confianza suficiente para seguir tu camino. Menos aún con diecisiete años.
Excursión es una noche con los muchachos. Un lugar donde te sientes cómodo, disparatado o impredecible. Pegando bromas por las cabezas de todos tus viejos amigos.
Incursión es cuando agradeces tantas frases irónicas sobre lo que no está sucediendo. Y una particular reivindicación de la creatividad de unas copas, una canción o, claro, unos pechos batallando con la blusa recién manchada.
Excursión es tomar la cámara y probar encuadres imposibles que sólo salen bien en tu cabeza. Besos arrebatados de una antigua compañera. Caras de enfados simulados. Manteamientos al chico más carismático y fustigado de la camada.
Incursión es pensar ha merecido la pena viajar a esta noche. Por ejemplo para confirmar las risas y anécdotas de ese viejo amigo que había desparecido del mapa. Uno de tus compinches de cuando una mesa de escritorio hacía de helicóptero y te cagabas de risa inventando un programa de radio contracultural en un colegio de curas.
Excursión es hacer el tonto como en la universidad. Pelear con el aburrido de turno para que a tu amigo le dejen sacar la copa medio lleno, quizá la décima, aquí sí, de la noche. Cuando todos sabemos que ahora viene el camazo.
Incursión es pensar “que bien te queda el rojo”, o “me gusta cómo te ríes” cuando conoces a la chica buena de la película. Esa con la que hablarás de debilidades, mientras algo te dice sigue acercándote, y compartirás bailes y paseos marítimos. Hasta que sus amigas de la alejan de la galaxia. Quizá para siempre. Todo en la misma noche.
Excursión es guardar en la maleta los buenos recuerdos. Las pequeñas fiestas con los de baloncesto, los disparates absorbentes de cuando proyectabas cimbreantes escenas con algunas de las mejores desconocidas en cada uno de los recreos. El temblor de las primeras borracheras, cuando nos estábamos inaugurando. Algún destello de calidad en clase de literatura o historia.
Incursión son tus amigos. Tu gente. Los que te han visto perder el control, llorar en silencio o levantar la copa. La gente con la que te formaste, hermanos, tíos con las que puedes reírte por lo más absurdo y emprender las mejores pequeñas hazañas. Los que te acompañan en el hospital o celebrando el humo de algunas fugaces en los recitales.
Excursión, también incursión, es escuchar al señor Johnny Cass a las tres de la madrugada de un lunes cualquiera, cuando acabas de estrenar trabajo. En armonía.
Por fuera. Y por dentro.
Incursión es cuando piensas “tienes una cara perfecta. Y triste, como si te hubieran robado la luz. Y tu curiosidad me pone más curioso”
Excursión es una cena diez años después de haber dejado el nido. Un lugar inexistente, porque ese patio y la gente con la que sueñas hace tiempo han dejado de existir.
Incursión es la pereza de revisar las celebraciones y miedos del pasado. Al final, comprendes, es un problema de actitud. No siempre tienes la confianza suficiente para seguir tu camino. Menos aún con diecisiete años.
Excursión es una noche con los muchachos. Un lugar donde te sientes cómodo, disparatado o impredecible. Pegando bromas por las cabezas de todos tus viejos amigos.
Incursión es cuando agradeces tantas frases irónicas sobre lo que no está sucediendo. Y una particular reivindicación de la creatividad de unas copas, una canción o, claro, unos pechos batallando con la blusa recién manchada.
Excursión es tomar la cámara y probar encuadres imposibles que sólo salen bien en tu cabeza. Besos arrebatados de una antigua compañera. Caras de enfados simulados. Manteamientos al chico más carismático y fustigado de la camada.
Incursión es pensar ha merecido la pena viajar a esta noche. Por ejemplo para confirmar las risas y anécdotas de ese viejo amigo que había desparecido del mapa. Uno de tus compinches de cuando una mesa de escritorio hacía de helicóptero y te cagabas de risa inventando un programa de radio contracultural en un colegio de curas.
Excursión es hacer el tonto como en la universidad. Pelear con el aburrido de turno para que a tu amigo le dejen sacar la copa medio lleno, quizá la décima, aquí sí, de la noche. Cuando todos sabemos que ahora viene el camazo.
Incursión es pensar “que bien te queda el rojo”, o “me gusta cómo te ríes” cuando conoces a la chica buena de la película. Esa con la que hablarás de debilidades, mientras algo te dice sigue acercándote, y compartirás bailes y paseos marítimos. Hasta que sus amigas de la alejan de la galaxia. Quizá para siempre. Todo en la misma noche.
Excursión es guardar en la maleta los buenos recuerdos. Las pequeñas fiestas con los de baloncesto, los disparates absorbentes de cuando proyectabas cimbreantes escenas con algunas de las mejores desconocidas en cada uno de los recreos. El temblor de las primeras borracheras, cuando nos estábamos inaugurando. Algún destello de calidad en clase de literatura o historia.
Incursión son tus amigos. Tu gente. Los que te han visto perder el control, llorar en silencio o levantar la copa. La gente con la que te formaste, hermanos, tíos con las que puedes reírte por lo más absurdo y emprender las mejores pequeñas hazañas. Los que te acompañan en el hospital o celebrando el humo de algunas fugaces en los recitales.
Excursión, también incursión, es escuchar al señor Johnny Cass a las tres de la madrugada de un lunes cualquiera, cuando acabas de estrenar trabajo. En armonía.
Por fuera. Y por dentro.