Fuente de foto: nba.com
13 temporadas jugó Larry Bird al baloncesto en la NBA.
Muchas nos parecen teniendo en cuenta que durante sus últimos cuatro
cursos en la mejor liga del planeta jugó medio lisiado. Tenía la
espalda hecha mistos y, sin embargo, su pundonor, su sentido del honor y
de la dignidad competitiva le impedían dar un paso al costado.
Antes de llegar a ese punto, Bird nos enamoró a todos con
su inteligencia y su estilo para jugar al baloncesto. Ponía de acuerdo a
la elegancia y el acierto para embocar triples y canastas de todos los
colores con un estilo poco ortodoxo. Su acierto cara a canasta fue muy
alto: un 50,4% en tiros de campo (56, 6 en tiros de dos), 45,4 en
triples y 90,8 en tiros libres.
Buena parte de los aficionados a la NBA que éramos niños o
adolecentes en 1988, recordamos con especial admiración como el paleto
de Frenc Lick (le gustaba esa denominación, haciendo gala de su humor y
del amor por su pueblo y de su gusto por hacer las cosas por si mismo)
subió el nivel de puntería en el tramo final del concurso de triples
del All Star de 1988 para ganarlo, una prueba más de su dominio
escénico, con aquel inolvidable dedo índice apuntando al cielo cuando
emobocó el último y decisivo balón de colores, que puntuaba doble (25
tiros en un minuto, por cierto que Bird ganó los tres primeros concursos
de esta modalidad que se organizaron en el fin de semana de las estrellas, en 1986, 87 y 88).
Fuente de foto: wikipedia.org
Así era Bird: capaz de romper todas las previsiones y
llevar al baloncesto a una excelencia pocas veces transitada. Era un
fanático del baloncesto. Un tipo leal, noble y por momentos resentido.
Que utilizaba sus emociones como herramienta de superación, de ahí que
en sus primeros años en la liga alimentara distancia y odio hacia su
gran némesis en el oeste, Magic Johnson (con el que ya había tenido un choque de trenes en la final de la NCCA de 1979), para avivar su fuego
competitivo. La rivalidad entre Magic y Bird era de cómic: uno simpático
y expansivo, otro receloso y reconcentrado, uno negro y otro blanco. El
vínculo entre ambos venía de su virtuosismo y de su ética de trabajo,
que en el caso de Bird alcanzaba cotas estajanovistas.
El gusto de Bird por hablar de baloncesto era inversamente
proporcional a su timidez y su alergia a hablar de temas personales o
aficiones (le encantaba, por ejemplo, cortar el césped de su casa en
Boston, siempre que podía). Un contraste que nos evoca también la figura
del Mozart del baloncesto europeo, Drazen Petrovic, prematuramente
malogrado por un accidente de tráfico, a los 28 años, en 1993, y uno de los grandes pioneros en la NBA del baloncesto europeo.
La crianza de Bird fue bastante dura. Su familia sobrevivia
con 50 dólares a la semana, en una casa al lado de la vía del tren de
French Lick. Su madre tenía dos trabajos para sacar adelante a él y sus
hermanos. Mientras que su padre, Joe Bird, contribuía siempre que podía a
la causa, aunque su creciente alcoholismo (recurso que le ayudaba a
atenuar los horrores derivados de la guerra de Corea en la que tomó parte) le
acabaron conduciendo al suicidio. El hecho de haber sido pobre en la
infancia supuso "una motivación para superarse cada día", confesó a los
medios de comunicación cuando ya vivía en el estrellato de la mejor liga
de basket del planeta.
Petrovic y Bird. Bird y Petrovic. Ambos tipos de raza
blanca que despuntaban en un universo gobernado por superclases de raza
negra, que añadían a sus formidables recursos físicos el carácter
ganador y la excelencia técnica, como era el caso (por mencionar sólo
algunos coetáneos de Larry 'Pájaro') de Jordan, el ya mencionado Magic,
Malone Wilkins, Jabbar...hay una faceta muy interesante de Bird en esa
convivencia: siempre quiso eludir cualquier connotación racial en su
juego, o en su figura, como cuando le denominaban “gran esperanza
blanca" en sus inicios.
Fuente de foto: blogdebasket.com
Bird indica que aprendió a jugar gracias a esos jóvenes
negros que le dejaban jugar con ellos en las canchas de los playground de barrio, aunque el fuera
más joven e inexperto. Y esa gratitud siempre le ayudó a confraternizar
con ellos (Johnson y el Jefe Parish, por ejemplo, eran puntales
afroamericanos de su equipo).
Bird ganó tres anillos de la NBA con los Boston Celtics
(en 1981, 1984 y 1986) y fue considerado el mejor jugador de la liga
durante tres años consecutivos (1984, 1985 y 1986). Además, es la única
persona del universo NBA que puede presumir de haber sido elegido como el mejor como
jugador (con los Celtics), entrenador y ejecutivo (con los Indiana
Pacers).
Bird, decíamos, era hombre de contrastes. Adoraba pelear
con sus rivales para marcar el territorio (sus peleas con el Doctor J,
por ejemplo, son míticas) o para defender a sus compañeros. Una afición
que le venía de pequeño cuando la liaba parda para enfrascar en las
peleas a algunos de sus hermanos, algo que por lo visto le encantaba.
Fuente de foto: encestando.es
Cómo jugador, Bird era una pasada. Pocas veces he visto una
determinación para ganar tan formidable. Se lanzaba en plancha a por
cualquier balón dividido (placajes contra el parqué que seguramente
contribuyeron a deteriorar el estado de su espalda), pasaba como los
mejores (sus pases sin mirar o a la remanguillé poco tenían que envidiar
a los de Magic), enchufaba triples como ninguno (de los actuales
jugadores, sólo Stephen Curry puede comprarse en excelencia triplista)
y, donde no le llegaba la el cuerpo, lo hacía su inteligencia y
velocidad de ejecución para bordar acciones del juego como la canasta a
aro pasado, el robo defensivo por intuición (como aquella mítica
recuperación a Detroit en una jugada decisiva de una final de
conferencia) o las fintas de tiro y de pase que le daban esas décimas
extra que necesitaba para armar el brazo y ampliar sus opciones de
encestar.
Bird era un ejemplo de mala leche ganadora. También un
veradero toca pelotas cuando había que sacar de sus casillas a sus
rivales con provocaciones hirientes (como cuando posteaba a un jovencito
Dennis Rodman y pedía la pelota a sus compañeros diciendo...“estoy
solo, pasadmela antes de que se den cuenta de que no hay nadie
marcándome...". Hasta que sus compañeros se la pasaban y, bang,
enchuchaba la canasta en la cara del joven ¨Gusano Rodaman¨, que acabaría convirtiéndose en posiblemente el mejor defensor en la historia de la liga...
Un gran motivador (punzante como el hierro a punto de
colada) cuando la ocasión lo requería (como aquella vez, en 1981, cuando
dudó en público del corazón de sus compañeros tras una dolorosa derrota
en el tercer encuentro de una serie que, cómo no, acabarían llevándose
los puristas bostonianos). Así como un tipo leal, noble y entregado al
baloncesto, su equipo y su familia. Un tipo que prefería que sus hechos
hablaran, más que sus palabras.
Fuente de foto: taringa.net
Poco a poco, Bird y Magic cambiaron la guerra fría y no tan
fría por una amistad creciente, fraguada, el negocio es el negocio,
durante la grabación de unos anuncios de las zapatillas converse en
el ecuador de los 80 en la casa de la madre de Bird. Cuando le
preguntaron a Magic cual era la mayor cualidad de Bird como amigo, él
respondió que siempre te iba a decir la verdad.
Una lealtad y confiabilidad para los suyos, en su suma, que
me recuerda mucho a mi amigo Davide, al que dedico este artículo. Esas
cualidades se revelan también en como acabó reconociendo, en 1987, que
Magic era el mejor jugador contra el que había jugado, justo cuando
perdió la final. Años más tarde, fue el primero en apoyarle cuando la
estrella de Minneapolis anunció que había contraído el Sida y, juntos,
disfrutaron de un último vals de excelencia con aquel mítico Dream Team
que maravilló al mundo con su juego y su magisterio en Barcelona 92.
Pero esa ya es otra historia...
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