De qué va. Dos
policías viajan hasta los confines de la belleza, la desolación y el
encerramiento para investigar la desaparición de dos jóvenes. Su investigación
será la exploración de un mundo impermeable al exterior, con sus propias reglas
y unos traumas que parecen construidos en serie, tanto como para revelar de qué
pasta están hechos los dos policías.
Por qué me gusta.
Es una historia contada con elegancia, veracidad y la tensión narrativa que
requiere el cine negro. La fotografía es sencillamente espectacular. Y las
interpretaciones de los actores protagonistas (Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo)
resultan tan logradas como concertantes, en una historia donde menos es más. Y
el valor de la sugerencia convive como puede con la miseria moral y el
ecosistema de la subsistencia humana que se retrata.
Pegas. Por
momentos, aprieta la paciencia su pausado tempo narrativo, y quizá se podrían
haber desarrollado más algunas situaciones o dibujado mejor algunos personajes,
como la de la madre de las adolescentes desaparecidas.
Cuándo verla.
Adecuada para un viernes lluvioso o cuando estés especialmente contento, nunca
está de más recordar de dónde venimos, para no perder la perspectiva. También
ahora, cuando parece que el país vive el apocalipsis y en realidad estamos
asistiendo al develamiento de los cortijos de poder en el que han convertido
esta historia un puñado largo de jetas, con ínfulas de mafiosos de guante
blanco.
(Seguiremos informando de la coreografía de un sistema democrático
como el nuestro que, como adolecente que es, todavía está protegiéndose de los
golpes y aprendiendo a encontrar su sitio. O sus sitios…)
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