El monje baja la cabeza y baila al compás de un hilo invisible de música y elegancia. Son ritmos hechos de calor, nostalgia y una destilación de furia y asombro. Por momentos, es irreverente. A menudo, divertido.
Sus músicos, que son nuestros músicos, mejoran la coreografía de la nostalgia. Su voz de trueno evoca la coreografía de la mujer que amó. El niño recupera a la cómplice de las rosas blanca y el hombre se entrega al aburrimiento y la alegría con la complicidad de Pelo con Actitud a la batería.
Mientras, Robert Redford esconde y también alisa las sombras con su guitarra de soplidos. Y el pianista acaricia un gesto triste y cómplice a un gesto.
Real como la vida sin filtros que reivindica este monje hedonista.
(Gracias, Norma)
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