Algunos futbolistas, como algunas personas, generan tal sensación de facilidad en lo que hacen que a menudo dejan la impresión de que podrían dar algo más. Es el caso de Zlatan Ibrahimović. Cuando uno ve en acción al gigante sueco (de madre croata y padre bosnio) la primera imagen que te viene a la cabeza es la de un chaval que está jugando en el recreo del colegio con niños dos o tres años más pequeños que él.
La impresión es algo más que subjetiva. El tipo mide 1,95 y
gasta un físico fuerte y fibroso a un tiempo, producto de muchas horas de
gimnasio y probablemente también de una temprana afición al boxeo y el taekwondo.
En el campo, el internacional sueco alterna algunos comportamientos de niñato
(con desprecios a algunos compañeros y rivales –de los periodistas ni
hablamos-) con destellos de superclase.
La sensación que me ha quedado cuando le he visto jugar con
cierta continuidad es que este tipo tiene algo de Romario gigante (por su habilidad
para el regate y facilidad goleadora); cualidades a las que agrega algunos
gestos de sutil pasador (vean por ejemplo el pase con el que se inicia el
primer gol del Paris Saint Germain este pasado martes ante el Ajax,
donde nuestro protagonista ajusto la mirilla para marcar el segundo tanto de la
noche).
No creo que haya ningún otro delantero en el mundo que
armonice tan bien la rabia, la plasticidad, la violencia en el golpeo del balón
y la eficacia goleadora. El enfant terrible del área parece disfrutar de verdad
fuera de ella. Es como si todas las horas de su vida que ha gastado jugando a los
videojuegos cuajaran en una fijación animal por embocar la pelota en la
portería con disparos de 35, 40 metros; patadas voladoras que conectan
precisión y potencia.
Cuando se quieren dar cuenta, los porteros se han convertido
existencialistas franceses, dudando hasta de la rotación de sus caderas. La
singularidad de este tipo se fraguó pronto. A los dos años, sus padres se
separaron y él creció en un barrio ajeno a las grandes corrientes de la ciudad.
Amaba jugar con sus colegas de toda la vida. Hasta que subió el nivel y fichó
por el Malmoe con doce años. Esa parte de su singladura está relatada con mucho
sabor en este programa de Fiebre Maldini.
El caso es que el tipo se hizo jugador profesional de fútbol
de primer nivel y se hinchó a marcar goles y ganar títulos de liga en Holanda
(Ajax de Amsterdam), Italia (Juventus –aunque los títulos con los turineses
quedaran anulados con el tema de los amaños de los partidos, el famoso MoggiGate-, Inter y Milán), España (Barcelona) y ahora Francia (Paris Saint Germain). No
obstante, con su selección no ha pasado de tener alguna actuación puntual
brillante en partidos de grandes citas (más allá de su regular frecuencia
goleadora). Tanto es así que por ejemplo no logró liderar una clasificación del
combinado escandinavo al mundial de este año, ni al de 2010.
Durante este tiempo, el gigantón ha atemperado algo su mal
carácter (en el que probablemente jugaron un papel importante el alcoholismo de
su padre -atormentado por la Guerra en su Bosnia natal- y la temprana
separación de sus padres) y ha ido ganando en regularidad y frecuencia
goleadora. También ha tenido tiempo para unirse a una bellezón sueca, empresaria
y 11 años mayor que él, Helen Seger Svensson,
con la que ha tenido dos hijos. En los últimos tiempos, se advierten signos de
mayor madurez en su temperamento.
Eso sí, sin perder la arrogancia que (paradójico o no) le ha granjeado muchas simpatías entre los aficionados de medio mundo, especialmente los más jóvenes. No parece casual. Hay algo de superhéroe atormentado en este gigantón de condiciones improbables: grande, elástico y resolutivo. Ha marcado muchos goles, sí. Algunos de espléndida factura. Y ha mejorado por lo general a los equipos con los que ha competido (para sumar un total de 9 ligas en cuatro países diferentes, además de una Supercopa de Europa y un Mundial de clubes, entre otros títulos).
Pero su historia habla también de sus problemas para vivir
en armonía con los compañeros de su mayoría de sus equipos; en cualquier momento
puede perder la paciencia o los nervios. En su historial también pesa la
ausencia de una Champions en sus vitrinas (con esa cicatriz especial de la
temporada en el Guardiola Team, que todavía le escuece. Es curioso, en ese
sentido, como no pierde la ocasión para mandar ninguneos al ‘filósofo’,
aunque luego sea capaz de votarle para entrenador del año).
Lo cierto es que su carácter melancólico tampoco ha ayudado
a encajar las piezas y a darle una mayor continuidad en el juego (podría, por
ejemplo, fabricar más pases de gol o ser más solidario en las labores
defensivas). Da igual. Él ya está de vuelta de todo eso. “Juego para
divertirme”. Si no, para él no tiene sentido el juego. No es ni siquiera una
cuestión de que ahora sea multimillonario. Lo sentía y expresaba igual cuando
era un adolescente y estuvo a punto de dejar en una cuneta al juego que le había
elegido y que tanta gloria le reportaría.
En esa línea, le encanta bravuconear y soltar patadas hasta
para bromear a sus compañeros (que se lo digan a Cassano) y ahí sigue el tío.
Quizá no tengo los registros, la capacidad y la continuidad de Messi (Superman)
y Ronaldo (Batman). Él no puede, como
ellos, escribir en prosa (aunque sea una prosa beatnik como la del portugués).
Sin embargo, le ha bastado su condición de poeta furioso
(con goles de espuela que parecen sacados de Matrix) para enamorar a medio
planeta, sentido del humor incluido (Ironman podría ser una buena comparación para él). Así hasta ser considerado por la mayoría
como el tercer mejor delantero del planeta del fútbol actual. Y eso que merece
la pena considerar la valoración de este jugador que hace mi amigo Gus. “Podría
haber sido un grande, a la altura del primer Ronaldo o Zidane, pero la cabeza
no le ha acompañado. Y eso que ahora parece que empieza a tomárselo más en
serio…".
No obstante, el protagonista de estas líneas no pierde la idea
de ser el mejor: “esa es mi motivación. Siempre estoy pensando en mejorar el
nivel”. Tanto, que no tiene empacho en autoproclamarse Dios, sin ahorrar
adjetivos elogiosos a sus compañeros favoritos de viaje.
Mi sensación: en algún lugar de nosotros, nos cae bien Ibra
porque todos quisimos ser alguna vez ser el chico malo del barrio. Sonreír ante
todo atisbo de crítica, sobre todo cuando estamos enfadados. Responder a todo
desafío con un: ¿conoces a Zlatan? (que remite al “soy el más grande, soy el
más grande” de Alí). Y destilar la violencia interior en unas bellezas que
combinan fotogenia, plenitud y gol. Éxito centrifugado en décimas de furia y
coordinación.
A sus 33 años, el capo rebelde da síntomas de haber centrado
más su cabeza (nunca dejó de pensar en el fútbol) y parece emitir sutiles
señales de haber comprendido que el juego es una sinfonía colectiva. No sabemos
si es un espejismo, un deseo de aficionados sedientos de evolución en la
variedad de reyes o la constatación de una realidad en marcha.
Sea como fuere, en un tiempo en el que Cristiano y Messi se
disputan el cetro de jugón de jugones, Saint Germain cobija al que puede ser
tapado para liderar la victoriosa tropa del
año (equilibrio, talento y coordinación no le falta al equipo francés), que de
momento subyuga al Barça a la
segunda plaza de su grupo.
¿Nuevo rey de Europa en la vieja París? Quizá el rey sol
esté de vuelta…
2 comentarios:
Fantástico, me ha gustado mucho. IBRA es un genio, pero siempre le reprocharé que pudiendo ser el 1 o el 2 él es el 4 o el 5. Me encanta como futbolista. Como tipo, sólo he coincidido con él una vez (Euro 2008). Me recorrí cientos de kilómetros para toparme con un ser que ubico entre los 3 más maleducados que me he encontrado en mi vida.
Un abrazo!!
Jodo, muchas gracias por el comentario, Charlie. Amplia los matices del reportaje y el personaje :-). Un abrazo!!
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