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jueves, octubre 28, 2010

Ser guionista, ser sugerente; la importancia de inducir en una historia


La segunda clase a cargo de Elisa Puerto en La Piscifactoría tuvo como eje inicial la revisión del primer ejercicio que nos había propuesto. La idea era describir en cinco líneas un momento de indiscreción. Y relatarlo en primera persona. Primero en prosa de toda la vida y luego plasmar la situación en el terreno visual. Por el camino, encontré una vieja vía para disolver el bloqueo creativo: pedirle a una amiga que rebusque en su memoria y filmar con palabras su anécdota más divertida y comprometida.

No voy a aburriros con los pormenores de mi primer fracaso. Pero sí os contaré algunas de las cosas que aprendí. Primero, de mis compañeros. A dibujar las emociones a través de lo concreto: un objeto, una mirada. En el cine lo mejor es no interpretar. Basta con acotar la vida con sus expresiones y situaciones. Tan sencillo, tan complicado.

El mejor resumen de esta lección lo condensó Elisa: “si una escena parece que va de lo que va y va de lo que va, fallo gordo. Estamos tratando a los espectadores como estúpidos y más pronto que tarde, de un modo casi inconsciente, ellos se desconectarán de lo que les estamos contando”. Dicho de otra forma: “La clave para evaluar si una escena merece la pena es valorar el subtexto (lo que sucede debajo de lo que aparentemente está sucediendo, lo que no aparece en el diálogo). Si una escena aparenta ir en una dirección pero en realidad se está fraguando en otra, ahí empezamos a obtener un principio de éxito en nuestro propósito de atrapar el interés del espectador”.

Llegados a este punto, debo incidir en lo que ya os advertí el otro día. Esta prosa nunca llegará a las rodillas de la lucidez y encanto de las enseñanzas de Elisa. Pero un buen escribano ya sabe que sus palabras a duras penas captan el fulgor y desgarro de la vida. Y no por eso cesa en su intento de cartografiar el mundo…En línea con lo ya comentado, E nos explicó que un buen guionista nunca lo da todo masticado.

En esa dinámica, se inscribe el concepto de prop (objeto con carga dramática). En algún momento de la trama, introduciremos éste (acción conocida en el gremio como “planting”), y más adelante le conferiremos sentido, cerraremos el círculo (lo ‘retribuiremos’ en palabras de nuestra sherpa), lo que expresado en la jerga cinematográfica es un ‘pay off’. Explicado con un ejemplo rudimentario (corre de mi cuenta), en una película de asesinos en serie, contemplamos a la que parece una dulce ama de casa limpiando un cuchillo talla XXL (el cuchillo es el prop y la situación un planting).

Cuarenta y cinco minutos más adelante del metraje, cuando la historia ha entrado en una dinámica enloquecida, esa misma ama de casa se carga a una amiga (de manera que ‘cerramos el círculo’ del prop con un pay off’). Tu misión como guionista, amigo lector, consiste en plantear una pregunta tras otra, un conflicto tras otro para mantener encendido el interés del espectador. La idea es que “nunca tiene que haber un aspecto hueco en vuestro relato”.

Llegados a este punto, surge un viejo dilema metafísico en el arte de contar historias en una pantalla grande. ¿Hasta qué punto no debe mi historia contener ‘la vida real’? ¿Hasta qué punto no estás legitimado para imitar a la vida e introducir momentos de tedio en tu relato cinematográfico?

Si la pregunta la respondiese Jerry Bruckheimer (productor especializado en reventar las taquillas con productos como ‘Prince of Persia’, ‘Piratas del Caribe’, o la televisiva ‘CSI’ por mencionar sólo algunas de sus criaturas más sobresalientes) nos diría algo así como: “iros a tomar viento fresco. La gente no va al cine para que les contéis vuestras neuras o conflictos. Tampoco los de la gente que lo tiene peor. El público, simplemente, quiere pasar un buen rato en el cine. Quiere subirse en una montaña rusa de entretenimiento y aventura, mientras trepida con una acción que le deja hipnotizado y le aleja durante hora y media de las limitaciones de su mundo cotidiano”.

Por el contrario, si la respuesta procediera de algunos de los ‘popes’ de la Nouvelle Vague, gente como Truffaut, Godard o Rohmer, éstos apostarían porque de vez en cuando el arte imite a la vida, la deforme, la lentifique, la descuadre, la haga más interesante, la excite…

A fin de cuentas, uno piensa que un poco de imaginación siempre nos ayudará mirar con más perspectiva los tiempos muertos y el sentido que éstos pueden aportar a nuestra existencia. En ese sentido, funciona ‘Atrapado en el Tiempo’, esa odisea de la repetición que vale como comedia, drama y viaje iniciático. Difícil no estar de acuerdo con la valoración que sobre esta cinta ofrece
el señor Boyero: “espléndida, compleja y subvalorada”.

Por el camino de estas divagaciones, surgieron nuevos términos técnicos que precisaban de una aclaración; ‘zoom in’ equivale a cerrar el foco sobre uno de los actores, objetos, paisajes de una película. Es decir: enfocar. ¿’Zoom out’? Abrir el campo visual; el foco.

En el cine, como en la vida, hay gente que apuesta a fuego por la acción, el ritmo incesante del “hazlo”. En la vida, como en el cine, hay gente que prefiere una manera melodramática de sentir y explicar las cosas. Entre ambas corrientes, siempre emerge el impacto de las obras maestras, películas que triunfan en todas las latitudes del planeta.

Películas-saga como ‘El Padrino’. Quizá algún día me anime a escribir sobre ella. Entretanto, conviene consultar el pulso certero con el que la describe oráculo Davide. Al sacar la película a colación, E la definió como “sensación de cine noble”, de esos que provocan, o pueden provocar, una catarsis vital en la gente que se acerca a verlo. También nos habló un poco de Sir Francis Ford Coppola, uno de los creadores de la cubana escuela de cine donde ella adquirió parte de los conocimientos que hoy día imparte.

Mujer Sherpa habló de Coppola como ese personaje que ya intuimos: socarrón, divertido y alegre. Alguien también afectuoso a la italiana; encantado de repartir abrazos y cariñosas provocaciones.

Con el repaso del primer ejercicio, E también nos transmitió un sencillo esquema de trabajo que nos podría dar mucho orden en el futuro. “Escribe con párrafos esbeltos, son el ritmo de tu narración”. Al tiempo, estructuró el andamiaje de nuestras descripciones: estancia, personaje, acción. Espacios, ritmo…

También nos explicó que ha cambiado bastante el modus operandi en el que se mueve un guionista. En los años 30, las productoras compraban un guión o era el propio guionista el que se las vendía a ellas. Hoy las cosas funcionan de un modo mucho más ‘manufacturero’ y mediocre si pensamos en la ‘industria oficial’.

En opinión de E, la clave de éxito de una película se fragua en la coordinación y confluencia del trabajo entre sus tres principales hacedores: guionista, director y productor. En esa línea, considera que infinidad de imprevistos del rodaje quedarían mejor solventados si se llevara al guionista ‘ a pie de obra’; puesto que éste es el que conoce en profundidad el arco emocional de los personajes y el que puede dar una solución más apropiada a según qué escenas para que éstas guarden coherencia con la estructura del relato.

Hablamos también de la importancia que tiene el sonido en un relato audiovisual; una fuerza viva de lo que estamos contando. Más que en grandes alardes sonoros, estamos pensando en esos chasquidos que delatan actitudes y adelantan situaciones.

La siguiente parte de la clase la pasé en fuera de juego. Con la vergüenza que da estar out of game por dejadez. No había visto ‘El Gran Lebowski’. La idea consistía en que teníamos que haberla ‘visitado’ durante la semana para luego comentarla en clase. Es cierto que la había visto con algún chacho tiempo atrás. Pero tengo memoria de pez cuando se trata de recuperar detalles de la mayoría de las películas que ya he visto.

El Gran Lewboski dibuja un antihéroe con el que la mayoría de nuestra generación compartiría de buena gana unas cuantas bromas y cervezas. Un vago que viste algo parecido a un pijama. Que se droga. Pasota. Un hombre que simplemente quiere estar tranquilo. El novio perfecto para que una chica alegre el día a su hermano adolescente. El deseo de ‘El Nota’ (Jeff Bridges) es estar tranquilo. Su necesidad, recuperar su nombre (su vida) para poder volver a tomárselo con calma.

El deseo de su sancho panza de acción, John Goodman: volver a las intensidades de la guerra, que va buscando en cualquier conflicto que aparezca en su monótona vida. Su necesidad: dejar atrás el pasado. Lo que desea por un lado, lo que de verdad necesita como individuo en proceso de evolución, por otro. Todos tenemos una necesidad. También un deseo. Por lo menos. Y sobre esos ejes tenemos que edificar nuestras existencias. Quizá, si nos paramos a pensar en ello, podamos ‘interpretar’ mejor el papel que nos ha tocado en esta tragicomedia.

“Todo es un despropósito” es el mensaje que encubre este disparate de película, que parodia las historias del cine negro en las que Humprey Bogart era el rey. En cierto modo, recogiendo la lectura que hizo mi compañero Carlos, podríamos decir que la premisa temática de la película haría bueno el viejo adagio formulado por Guiseppe Tomasi, príncipe de Lampedussa: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.

A partir de esta película, hubo pie para hablar de las claves del género de la comedia y de los rasgos generales que definen a un antihéroe. Las claves del humor, motor de toda comedia que se precie de serlo, descansan en estas características:

-Contradicción (lo que se dice, lo que se hace)
-Contraste (cuánto más acentuado, mejor, ejemplo: El gordo y el flaco).
-Corte brusco con lo esperado. Ruptura de la lógica (Aquella mítica frase del Señor Lobo tras el post lavado del ‘coche fiambre’ en Pulp Fiction: “Caballeros -tono educado, respetuoso-, no nos chupemos todavía las pollas" -tono soez, directo-. La mezcla de tonos crea un momento divertido y caracteriza el carisma del personaje, capaz de manejar diferentes códigos y capaz de hacerlo con retranca.
-Banalización de los hechos más importantes (‘La vida de Brian, de los Monthy Python, parodia de la vida de Jesucristo)
-Los equívocos (pensad en los enredos-malentendidos de las comedias del señor Allen)
- También se puede dar del contraste entre voces: lo que sabes tú, lo que sabe el tipo al que estás viendo…

Asimismo, se trazó un acercamiento al antihéroe. Un arquetipo escurridizo, con rasgos difíciles de perfilar. Por suerte, E arrojó algo de luz sobre el tema. Un antihéroe tiene la mochila cargada de cobardías. Somatiza sus miedos. Huye de las situaciones comprometidas de la vida por regla general. Es también un tipo inmaduro: un niño grande enjaulado en el cuerpo de un adulto, con presiones cotidianas que le superan.

El anti-héroe es incapaz de cambiar su suerte, de evolucionar como persona. En el mejor de los casos, no le interesa afrontar esta evolución.

El antihéroe no toma decisiones. No espabila a tiempo. Es alguien con conflictos internos que no acierta a solventar. También se puede definir a un antihéroe por lo que no es. No es por ejemplo alguien que sufre por un trauma. Alguien cuyo torpe o siniestro comportamiento se explique por un padecimiento. Alguien como ‘El Joker’ de Batman, que es el antagonista del héroe; algo así como un héroe del lado oscuro (tiene guasa la descripción si uno piensa que estamos hablando del antagonista de Batman, uno de los héroes más sombríos de la historia de la imaginación).

Cerramos este capítulo con una frase que induce. Una sugerencia que podría valer como título para un poema: “Postura de héroe”. Ante una circunstancia concreta y adversa, todos necesitamos una de esas posturas antes o después en nuestro recorrido vital.

La esencia de cualquier personaje es la de tomar decisiones.

miércoles, octubre 20, 2010

Aprendizajes para todos


Esta bitácora está pidiendo una evolución. Y no seré yo quien se la niegue. Uno de los alicientes de esta temporada es el taller de guión que estoy cursando en la Piscifactoría, un vivero de actividades creativas gestionadas por el maestro Escarpa. El taller corre a cargo de Elisa Puerto, guionista en trance, transportista de conocimientos y una profesora con un criterio propio con la que pronto intuyes que destripar las claves de un guión te puede desvelar algunas paradojas de tu propia existencia.

Inspirado por la futura máxima de leer y aprended todos de ella, a partir de esta semana plasmaré los conocimientos e información que vaya adquiriendo en los talleres de Elisa. La esencia de estas reflexiones se nutre del magisterio y lecturas de Puerto. Si aprendéis algo de mis balbuceos para traducir su conocimiento, deberéis mantener la correspondencia con ella, cartógrafa delicada de emociones visuales. Esta serie de artículos pues será una forma de reverenciar su método y ordenar las ideas que ella va depositando en nuestras cabecitas con cada nueva sesión.

Despegamos esta senda con el repaso de la primera clase. En toda primera lección que se precie, acaba surgiendo una interesante colección de sugerencias densas y (a menudo) pertinentes llamada bibliografía. El taller de Elisa no es una excepción. En la primera clase nos habló de los siguientes libros como manuales de obligada referencia:

-‘El Guión: sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones de Robert McKee
-‘El Punto G del Guión Cinematográfico’ de Miguel Machalski.
-‘Creación de Personajes Cinematográficos’, de Raúl Serrano
- ‘La construcción de los diálogos y su función en la narrativa cinematográfica’.
Javier Rodríguez de Fonseca.
-‘El héroe de las mil caras’, de Joseph Campbell

La buena noticia de estar en un taller de guión es que no sólo trabaja el departamento abstracto e imaginativo de tu cerebro. Es decir, que también hay lugar para relajarse con una droga llamada cine, que nuestra mentora resumió en las siguientes películas, de obligada visión para los alumnos de su taller de Guión Avanzado (I):

-‘Azul’ de Krzysztof Kieslowski
-‘El piano’ de Jane Campion
-‘Deadringers’ de David Cronenberg.
-‘Deseando amar’ de Wong Kar-Wai
-‘Las diabólicas’ de Clouzot
-‘Match Point’ de Woody Allen
-‘El quimérico inquilino’ de Roman Polanski
-‘El Gran Lebowski’ de los Hermanos Cohen.

La idea de ‘El viaje del héroe’, formulada por Joseph Campbell, se convirtió en el eje de nuestra primera clase. Los más curiosos ya habréis clicado en los 12 puntos básicos que conforman este molde analítico que compendia la estructura narrativa de los grandes relatos orales, literarios y cinematográficos de la historia de nuestra especie. Al final, estamos hablando de la estructura de cualquier historia bien contada, en la que se plasma el tránsito de niño a adulto que debe afrontar el protagonista del relato.

Asimismo, en esta primera sesión abordamos varios conceptos que sospecho serán recurrentes en las próximas lecciones. Por ejemplo, la figura del aliado mayor del protagonista, que quiere y necesita lo mismo que éste. Y que se define por complementarle. Normalmente, el protagonista lleva la acción de la historia y su aliado lo completa con su conciencia. Nada nuevo bajo el sol. Estamos hablando de El Quijote y Sancho. Holmes y Watson. Batman y su mayordomo Alfred. En esa línea, Elisa nos explicó que los aliados funcionan también como mentores; el paradigma ya sabéis que es ese ‘Pepito Grillo’ que tantos tormentos y decencia sigue repartiendo por el mundo.

También hubo ocasión de abordar algunos arquetipos en la inmemorial tarea de fabricar historias para todos los públicos. Una labor en la que inevitablemente se han edificado infinidad de lugares comunes en los personajes. Uno de los más recurrentes es aquel que dibuja a la mujer rubia como princesa (objeto a rescatar) y como símbolo de pureza y virginidad. Afortunadamente, siempre ha habido rubias singulares, pienso en Marylim o Scarlett, que le han introducido al tópico las dosis suficientes de picante como para apreciar en las blonde woman de este mundo el reverso de experiencia y tentación que actualiza y pone interesante aquel ideal que anhelaban nuestros tatarabuelos.

Eso sí, si hablamos de personajes, existe un dualismo que mueve el alma de los actores de cualquier narración. Por un lado, el deseo, que es la búsqueda consciente del personaje. Por otro, la necesidad, que es la motivación interna inconsciente que guía sus acciones. Pongamos algunos ejemplos para comprender mejor este dualismo. El deseo de Rose, la protagonista de Titanic encarnada por Kate Winslet, es escapar. Su necesidad, encontrar su propio camino.

El deseo de Clarice Starling, la heroína de ‘El Silencio de los Corderos’ es atrapar al asesino en serie que galvaniza el primer caso que le toca resolver. Su necesidad: emprender ese viaje interior que le lleve a acallar los corderos de su infancia-adolescencia, es decir encontrar la llave de paso que resuelva el trauma que la inició en su carrera policial.

Al final, se trata de encontrar nuestra pasión; es decir, la esencia que nos hace estar vivos, que nos conecta con nuestra existencia. En esa dinámica, cada uno de nosotros tenemos nuestra madeja de obsesiones, que nos definen por su presencia o por su fantasma. Alguien habló del incesto como premisa recurrente de sus historias. Y lo explicó por su necesidad de encontrar un espejo vital. La necesidad de verse reflejado, explicado, descifrado en otra persona. ‘Temo’ que la mayoría de vosotros vais a veros identificados en esa búsqueda de espejo. Negaré haberlo escrito, pero el ‘transcriptor’ de estas líneas también forma parte del club. Obsesiones de humanos, que sin darse mucha conciencia fabrican historias para tratar de entender algo de la suya y encontrar así una intuición de hacia donde orientar sus pasos…