De qué va
Una pareja madura decide por fin formalizar su relación tras
decenios de feliz convivencia. El asunto en sí tiene su miga, sobre todo si
consideramos el hecho de que sean homosexuales y uno de ellos trabaje en el
coro de una iglesia.
El asunto se complica cuando esa misma Iglesia, que hacía
hasta hora la vista gorda cuando vivían en pecado, deciden aplicar el peso de
la absurdez (injusticia) de su código ideológico y poner al director de la
calle.
A partir de ahí, todo lo que parecía armónico encalla con la
realidad cotidiana de mujeres y hombres asediados por sus egoísmos, temores y
aceleración cotidiana.
Por qué me gusta
Debo aclarar que me costó entrar en la historia. Por
momentos, algunos de sus protagonistas me parecían seres ensimismados y algo
llorones, cuando no egoístas. Sin
embargo, conforme discurre la película aprendes a apreciar a los personajes y
te deleitas con sus toques de humor, generosidad, frescura y vulnerabilidad.
Porque el gran mérito de esta historia es que toca la delicadeza de la que
todos estamos hechos con un sentido de la verosimilitud y la emoción admirable.
Hasta el punto de que la historia principal y otra menos esperable te
conmueven.
Las pegas: resulta difícil (me resulta complicado) empatizar
con la mayoría de los personajes durante algunos tramos de la película. Y, por
momentos, la historia te genera inquietud, buena señal (paradoja) si pensamos
que estamos sintiendo la vida promedio yankee (de las clases blancas medias
altas) sin salsas ni aditivos.
Cuándo verla: con
serenidad de espíritu y ánimo reconfortado.
La guinda: ver a
la sexy Marisa Tomei en camisa, luciendo sus espléndidas piernas y poniendo
morritos cuando reflexiona o tiene que salir de apuros cotidianos.
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