La Biblioteca Nacional cobija estos días una interesante
exposición sobre Teresa de Cepeda y Ahumada, o lo que es lo mismo: Santa Teresa
de Jesús.
Entre los méritos de esta muestra ocupa un papel central la
manera en la que explica y contextualiza el trabajo de esta escritora y
mística. En un tiempo en el que las mujeres eran invisibles (1515-1582), esta
mujer edificó miles de escritos y modeló y empujó la creación de la
congregación de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora
del Monte Carmelo.
La vida de esta mujer de referencia discurrió en el siglo
XVI, cuando el 80% de los ciudadanos en nuestro país (entonces súdbitos, lo que
da una pista significativa de cómo funcionaba el chiringuito) eran analfabetos
y traducir las biblias a lenguas romances estaba catalogada como una
vulgaridad, cuando no prohibido, gracias a esa maravilla llamada Inquisición
que todavía hoy nos llena de orgullo…
La muestra es pródiga en cuadros que ilustran la fascinación
que Santa Teresa ejerció entre los artistas de su tiempo. Por ejemplo, en Peter
Paul Rubens. Esas miradas se detienen y recrean sobre todo sus arrebatos
místicos (y eso que no está incluida la obra maestra de Bernini a ese respecto,
la escultura Éxtasis); trances llenos de deleite en los que Teresa siente que
entra en contactos con el reino de los cielos, ángeles incluidos…Claro que, a
veces, también se le colaban las visiones del infierno…Peligros de abrir las
puertas de la percepción, que diría el tío Jim
Sea como fuere, la autora de El Libro de la Vida fue una
adelantada a su tiempo. Parte importante de su talento literario se explica por
su glotonería lectora, estimulada por su padre desde pequeña, una dieta lectora
en la que se entremezclaban novelas de caballerías y tratados místicos. Y ese
sustrato de lecturas, mezclado con su afán por relacionarse socialmente,
cuajaron en una escritura sencilla, didáctica y directa a un tiempo que le ha
granjeado admiraciones e inspiraciones muy diversas, en las que caben gentes
tan dispares como Fray Luis de León o algunos de los miembros de la Generación
del 27, Lorca incluido.
Uno de los elementos que más llama la atención de la muestra
es una escultura de cera que representa a Santa Teresa centrada en la
escritura, dentro de una las habitaciones del convento. En la misma, se aprecia
la sencillez de la estancia; una cama, un escritorio y un gato que disfruta de
una pequeña pieza de comida, quien sabe si cogida de tapadillo a la escritura.
Como era fácil de imaginar, Santa Teresa también tuvo
resistencias durante su trayectoria. Por ejemplo, se le puso en falta por ser
un culo inquieto (andarina en el argot de la época) y por la sencillez de su
escritura. Peros que en la mirada presente parecen absurdos y que no empañan lo
más inspirador de su trayectoria biográfica.
Me refiero a su insobornable vocación por dar unidad a la
comunicación de sus sentimientos e ideas a través de una prosa limpia y una
poesía evocadora, que todavía hoy conservan su fuerza y claridad, como se puede
comprobar en una proyección multimedia con algunos de esos trazos, que se exhibe durante la muestra. Una
poesía, en suma, que también podemos definir como pedagógica. Imágenes con las
que buscaba movilizar los mejores recursos interiores de cada ser humano.
Un afán en el que ella misma fue un ejemplo, superando una
larga ristra de enfermedades a través de su fuerza interior, constancia,
talante comunicativo y entusiasmo social.
Todo ello poniéndolo al servicio de alguien más grande que ella misma,
con la convicción de que las cosas iban-podían ir a mejor. Una convicción más
fácil de conseguir a través del trabajo en equipo, lo que también explica su
afán por abrir y desarrollar nuevas sedes de sus carmelitas descalzas…
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