Se levanta tarde, llega también tarde a los entrenamientos. Y los sábados después de los empates (también de las victorias) se infla a fumar a la manera de un búfalo vaciando la charca. Le encanta esconderse detrás del peinado pop mientras engaña a alguna rubia de la comuna.
Su nombre tiene carisma. Y sobre el terreno de juego es lo más parecido a un poeta maldito. Inventa espacios, detiene el tiempo y se aburre con facilidad. Hasta que empieza a pasárselo bien. Le basta con pintar la pelota y abrir formas geométricas de extraña belleza. Todo vale para una maravilla.
Algún tiempo después le dirá a su mediocampista más talentoso: ponte de lateral derecho y harás girar el mundo. Ocurrencias así solo salen de un visionario. Lo cortés no quita lo imprudente. El tío tiene cambios de humor, es egocéntrico y despiadado con los jugadores que no entran en su plan. Pero a cambio revolucionó el fútbol en los años setenta. Inventó regates que estiraban la persistencia del tiempo. Se dormía flotando en champan en las vísperas de una final de Copa de Europa. Y su banda era capaz de componer una sinfonía con 24 toques en menos de un minuto y la mirada (nunca el robo) de los germanos. Holanda perdió el campeonato mundial y se ganó un espacio en la leyenda.
Los más románticos dirán la belleza de la derrota. Y los más listos, soltarán y un carajo. Bien por los eurocaribeños porque luego el tío ganó tres Copas de Europa, no se cuentas ligas holandesas (alguna española?) y ya como entrenador, ya en España, una Copa de Europa, una Recopa y cuatro ligas.
Pero lo mejor de las leyendas (aunque su historia esté medio inventada como es el caso) es lo que no se ve en la inscripción de la estatua. El tío conquistó a la diosa nórdica, cambió los cigarrillos por el consumo compulsivo de piruletas y creó una filosofía para el Barcelona. Juego porque quiero fascinar, sería el lema blaugrana. Jugadores en campo abierto, muchos pases, balón corriendo, piensa rápido, cánsate poco. El motor final del sapiens. Y el caso es que hoy día los chicos de la cantera embaucan como algún día les enseñaron en el campo de cuando alevines. Hemos perdido la improvisación y el genio. Hemos perdido los adoquines del barrio y el sabor de los retos. A cambio, los chavales llegan más centrados. Hacen más felices a su gente, pero faltan dificultades para el solista inolvidado. Llámalo Johan. Llámalo genialidades.
Su nombre tiene carisma. Y sobre el terreno de juego es lo más parecido a un poeta maldito. Inventa espacios, detiene el tiempo y se aburre con facilidad. Hasta que empieza a pasárselo bien. Le basta con pintar la pelota y abrir formas geométricas de extraña belleza. Todo vale para una maravilla.
Algún tiempo después le dirá a su mediocampista más talentoso: ponte de lateral derecho y harás girar el mundo. Ocurrencias así solo salen de un visionario. Lo cortés no quita lo imprudente. El tío tiene cambios de humor, es egocéntrico y despiadado con los jugadores que no entran en su plan. Pero a cambio revolucionó el fútbol en los años setenta. Inventó regates que estiraban la persistencia del tiempo. Se dormía flotando en champan en las vísperas de una final de Copa de Europa. Y su banda era capaz de componer una sinfonía con 24 toques en menos de un minuto y la mirada (nunca el robo) de los germanos. Holanda perdió el campeonato mundial y se ganó un espacio en la leyenda.
Los más románticos dirán la belleza de la derrota. Y los más listos, soltarán y un carajo. Bien por los eurocaribeños porque luego el tío ganó tres Copas de Europa, no se cuentas ligas holandesas (alguna española?) y ya como entrenador, ya en España, una Copa de Europa, una Recopa y cuatro ligas.
Pero lo mejor de las leyendas (aunque su historia esté medio inventada como es el caso) es lo que no se ve en la inscripción de la estatua. El tío conquistó a la diosa nórdica, cambió los cigarrillos por el consumo compulsivo de piruletas y creó una filosofía para el Barcelona. Juego porque quiero fascinar, sería el lema blaugrana. Jugadores en campo abierto, muchos pases, balón corriendo, piensa rápido, cánsate poco. El motor final del sapiens. Y el caso es que hoy día los chicos de la cantera embaucan como algún día les enseñaron en el campo de cuando alevines. Hemos perdido la improvisación y el genio. Hemos perdido los adoquines del barrio y el sabor de los retos. A cambio, los chavales llegan más centrados. Hacen más felices a su gente, pero faltan dificultades para el solista inolvidado. Llámalo Johan. Llámalo genialidades.
4 comentarios:
Si me permitís, yo lo voy a llamar Maradona.
jajajaja, sin duda, Moli, el señor de los excesos da el perfil (ejem, se te notan los colores). En serio, me alegro de que hayas enriquecido la oda a los geniales un poco (o un mucho, depende de en quien pensemos) autodestructivos...Sin duda, Maradona encaja mejor que el propio Cruyff en algunos de estos pensamientos. Seguiremos lanzado preguntas al terreno de juego y gracias por orientar este pase hacia la portería.
jajajaja, sin duda, Moli, el señor de los excesos da el perfil (ejem, se te notan los colores). En serio, me alegro de que hayas enriquecido la oda a los geniales un poco (o un mucho, depende de en quien pensemos) autodestructivos...Sin duda, Maradona encaja mejor que el propio Cruyff en algunos de estos pensamientos. Seguiremos lanzado preguntas al terreno de juego y gracias por orientar este pase hacia la portería.
Sííí, se me notan los colores!!!
jajaja
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