La Tana es un bar situado a cinco minutos escasos de la estación de Cercanías de Pinto. Está decorado con buen gusto, en sus paredes se alternan retratos pop de celebridades con los cuadros de talentos emergentes de la zona. A esa categoría pertenece la pintora Virginia Aguilar (Pinto, 1977), que ha escogido ese enclave para organizar su primera exposición.
Después de varios años creando un universo propio, Virginia se ha decidido a enseñarlo. Está contenta y emana serenidad. “Bueno, ahora me ves tranquila, pero pasé unos días de nervios y bastantes dudas escogiendo y titulando los cuadros. Por suerte, conté con la ayuda de mi hermano José Antonio”.
Hay quien dice que la felicidad es el momento previo a una experiencia largamente deseada (la imaginación se dispara sólo de pensarlo). Según esa teoría, cuando se cumplen tus sueños sientes una extraña mezcla de alegría y vacío. Aguilar parece inmune a ese vacío, al menos en la mañana en la que tiene lugar la entrevista. Bromea con las camareras del bar donde expone, que son amigas, y a pesar de que ahí fuera llueve, irradia una ilusión parecida a la que suelen tener las niñas cuando estrenan ropa o acuden por primera vez a un club de equitación.
Las paredes de La Tana tienen estos días un trozo del Parque Güell de Barcelona, la mirada de una chica que es maltratada o el relajante baño de una mujer enroscada en su placer. Todo es posible en unos cuadros que ofrecen la crónica de las pequeñas alegrías y reveses cotidianos.A la artista le encanta mirar cómo la gente observa sus cuadros.
En cuanto te descuidas, pregunta qué te han parecido o qué interpretación das a la escena. La mayoría de las veces se sorprende: “El otro día un señor me dijo que por qué colocaba una cara de lobo como sombrero”. A la persona que estaba a su lado en ese momento también se lo pareció, aunque sea una cara superpuesta sobre una cabeza. Es la magia de su manera de filtrar la vida por un dibujo. Su universo remite a las caricaturas de Sciammarella o los personajes de Tim Burton. Pero tiene algo único.
En el mundo de Virginia, las mujeres se piensan con el cuerpo. Si están melancólicas o aburridas se estiran. Si por el contrario viven contentas o asustadas lo sabes por su cara. La ternura y el deseo se transmiten a través de los colores. En sus palabras, “la calidez es un color”. Se nota en el abrazo entre abuela y nieta.
Las ilustraciones de Aguilar cautivan en el detalle; hay que mirarlas despacio para comprender sus historias, cuyo contenido se percibe a través de un gesto, el cambio de unos colores o una mirada. Sus creaciones están disponibles (la mayoría de las obras expuestas están a la venta) en La Tana hasta el 31 de enero.
Después de varios años creando un universo propio, Virginia se ha decidido a enseñarlo. Está contenta y emana serenidad. “Bueno, ahora me ves tranquila, pero pasé unos días de nervios y bastantes dudas escogiendo y titulando los cuadros. Por suerte, conté con la ayuda de mi hermano José Antonio”.
Hay quien dice que la felicidad es el momento previo a una experiencia largamente deseada (la imaginación se dispara sólo de pensarlo). Según esa teoría, cuando se cumplen tus sueños sientes una extraña mezcla de alegría y vacío. Aguilar parece inmune a ese vacío, al menos en la mañana en la que tiene lugar la entrevista. Bromea con las camareras del bar donde expone, que son amigas, y a pesar de que ahí fuera llueve, irradia una ilusión parecida a la que suelen tener las niñas cuando estrenan ropa o acuden por primera vez a un club de equitación.
Las paredes de La Tana tienen estos días un trozo del Parque Güell de Barcelona, la mirada de una chica que es maltratada o el relajante baño de una mujer enroscada en su placer. Todo es posible en unos cuadros que ofrecen la crónica de las pequeñas alegrías y reveses cotidianos.A la artista le encanta mirar cómo la gente observa sus cuadros.
En cuanto te descuidas, pregunta qué te han parecido o qué interpretación das a la escena. La mayoría de las veces se sorprende: “El otro día un señor me dijo que por qué colocaba una cara de lobo como sombrero”. A la persona que estaba a su lado en ese momento también se lo pareció, aunque sea una cara superpuesta sobre una cabeza. Es la magia de su manera de filtrar la vida por un dibujo. Su universo remite a las caricaturas de Sciammarella o los personajes de Tim Burton. Pero tiene algo único.
En el mundo de Virginia, las mujeres se piensan con el cuerpo. Si están melancólicas o aburridas se estiran. Si por el contrario viven contentas o asustadas lo sabes por su cara. La ternura y el deseo se transmiten a través de los colores. En sus palabras, “la calidez es un color”. Se nota en el abrazo entre abuela y nieta.
Las ilustraciones de Aguilar cautivan en el detalle; hay que mirarlas despacio para comprender sus historias, cuyo contenido se percibe a través de un gesto, el cambio de unos colores o una mirada. Sus creaciones están disponibles (la mayoría de las obras expuestas están a la venta) en La Tana hasta el 31 de enero.
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