La azafata, una chica guapa y algo estressada, mira al cielo, hace la pregunta y se encuentra con un tipo tímido, medio canoso, que va camino de los 31 años (los cumple el 23 de febrero). Nunca se anima a preguntarlo de viva a voz, pero esa chica sospecha que el hombre debe ser jugador de baloncesto. Aunque si prescindiéramos de su altura, podría ser perfectamente un vendedor de seguros o el panadero de al lado de casa.
Es verdad que el señor García es un tipo sencillo, que ama por encima de todas las cosas a su mujer, de quien dice se parece a Penélope Cruz, y a sus dos hijos, uno de los cuales le tiene muerto de risa por su ocurrencia de querer ser torero. Al señor García le gusta el cocido maragato y una copa de ron añejo. Es un hombre con gustos comunes aunque elevados, como su preferencia por el cine de Meryl Streep y las playas de Punta Cana.
Pero hay detalles que no se aprecian en el primer flash. En esa fotografía difusa de una mañana en el aeropuerto de Barajas o la estación de Atocha, no se ve al adolescente cordobés de 13 años cargado de ilusiones rumbo a la capital, donde se formó en la cantera del Real Madrid e incluso debutó con la selección nacional sub-22. Aunque no tardó en llegar la puerta abierta de una ristra de equipos humildes donde aprendió a ganarse la vida haciendo lo que mejor se le daba. No era malo. Tenía agallas en defensa. Y raptos de inspiración en el tiro. Pero siempre parecía faltarle algo para echar raíces.
Así las cosas llegó al Baloncesto Fuenlabrada en otoño de 2004. Para la mayoría de la afición era un perfecto desconocido. Pero no tardó en quitarse el celofán de hombre corriente para jugar algunos partidos más que notables. La apuesta salió bien y el equipo recuperó la jerarquía. ¿Pero este tío tiene calidad para jugar en la ACB?
Tres temporadas después, el señor García se ha convertido en el mejor desconocido jugador de la categoría. Tiene un porcentaje de acierto en triples (48%) del que no pudo presumir ni su tocayo Garbajosa en los momentos más brillantes. Convierte cada una de sus defensas en un tratado de instinto y astucia. Y a veces prueba cosas maravillosas que no vienen en el guión, como ese semigancho. Definitivamente, el señor García tiene una vida como para sentirse importante, pero prefiere hacerse el distraído y llevar el traje de timidez los sábados por la mañana. Y, como sucede con el panadero cuando enferma, es ahora que está lesionado cuando más se valora su tarea esencial.
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