Fuente de foto: El Diario El Mundo
España ha ganado el campeonato mundial de baloncesto. Lo ha hecho por segunda vez, esta vez en China. La primera fue en 2006, en Japón.
Los amigos orientales y nuestro equipo nacional de basket tienen algunos rasgos en su comportamiento y su actitud ante la vida que describen por qué nos hemos entusiasmado con el juego de esta selección: el espíritu de superación, el trabajo en equipo y una determinación para hacer las cosas que despierta admiración y a veces se presta a la parodia. Es lo que nos sucede cuando nos encontramos ante personas y colectivos que inspiran por sus cualidades y que nos causan extrañeza con algunos rasgos y acciones ejemplares.
Seguramente, este es el triunfo que más he disfrutado desde que soy aficionado al baloncesto. España no partía entre las grandes favoritas. No tenía el talento despampanante de otras ocasiones. Pero cobijaba en su interior una virtud que marca diferencias, en la vida y el deporte: la fe en si misma y en sus posibilidades.
Claro que esa cualidad no sería gran cosa si no la adobara con dos igual de importantes: una inagotable capacidad de trabajo y, aún más importante, la atención y la sed necesarias para superarse en cada entrenamiento y cada choque.
El equipo ha gravitado en torno a la fluidez anotadora de Ricky Rubio, Marc Gasol y Sergio Llull, a los que, cuando la ocasión lo requería, se sumaban sin grandes dificultades Juancho, Rudy, Claver, Willy u Oriola. El resto de los jugadores han aportado cantidades industriales de defensa, entrega y unión en los ánimos desde el banquillo o los minutos con cuentagotas (gracias Colom, Beirán, Rabaseda y compañía por hacer posible todo esto con vuestro compromiso y rendimiento durante las ventanas FIBA, esas partidas de poker a cara de perro en la que quedaron descartados en el camino previo del mundial equipos tan ilustres como Eslovenia, vigente campeona de Europa). Ese espíritu de equipo ha marcado diferencias en los momentos más difíciles del campeonato.
Casi nos quedamos tirados en la cuneta contra equipos de la clase obrera de la élite mundial, como Irán o, en algún momento, Puerto Rico. Hubo otros partidos en los que parecía que el rival nos iba a avasallar (primer cuarto contra Serbia) o pintar la cara (la mayor parte del partido contra Australia). Sin embargo, en ninguna de esas situaciones bajamos los brazos. Mantuvieron (mantuvimos, si hacemos caso a la física cuántica y los experimentos que documentan cómo el espectador modifica la realidad con su mirada :p) la templanza y siguieron jugando con orden, vigor y ese algo más de valentía, lectura de juego y acierto que da campeonatos.
También ha jugado un papel muy relevante en este triunfo el seleccionador nacional, Sergio Scariolo y su cuerpo técnico (grande Luis Guil, el tipo que también hizo jugar, en su momento, al Baloncesto Fuenlabrada y las selecciones nacionales de formación como los angeles), que ha agregado al equipo un plus táctico en defensa y ataque, con algunos movimientos clave para neutralizar a los jugones de equipos como Serbia o Argentina.
Hoy ha sido la guinda contra la Argentina de mi amigo Ezequiel: desactivamos bastante de su arsenal de jugadores caviar (con Luis Scola y Facu Campazzo como principales damnificados) y repartimos la anotación en una nueva demostración coral, con los tres magníficos arriba celebrados partiendo la pana en ataque.
Ha sido emocionante. Y muy inspirador para la vida cotidiana. ¿Por qué? Porque te recuerda que no es tan importante el talento o lo que la genética te haya regalado. Ni siquieta no son tan importantes los fracasos que hayas cosechado. Ahí algo que va más allá de lastres del pasado, determinismos del presente o expectativas del futuro.
Algo que tiene que ver con la humildad y la cuidadosa búsqueda. Con los aprendizajes y la experiencia que cada uno de nosotros tejemos en nuestro recorrido vital. Con la fraternidad y la complicidad que da el compartir los veranos con los amigos desde hace muchos años, haciendo lo que más te gusta. Algo que habla de compromiso y de amar lo que haces, y con quien lo haces, cada día.
Fuente de foto: La Sexta
Para mí el mayor ejemplo de esta demostración de superación, de tirar por el sumidero las etiquetas o los prejuicios, ha sido Ricky Rubio. El chico del Masnou irrumpió como un prodigio en el baloncesto profesional. Parecía que se iba a comer el mundo con 17 años.
Personalmente, me maravillaba esa chispa con la que jugaba, ese atrevimiento para inventar pases imposibles o convertirse en míster elástico, atravesando montañas de músculos made in NBA gracias a su destreza para el bote. Después vino la meseta de jugar en el Barsa (nadie es perfecto) y cierto estancamiento, tanto con los blaugranas (sobre todo en el capítulo individual) como en los últimos años en Minnesota.
Sin embargo, todo eso ha cambiado en los últimos tiempos. Se ha consolidado como base titular en una de las 30 franquicias que integra el firmamento NBA. Y ha agregado bastante regularidad en su tiro de media y larga distancia, sin perder su destreza para entrar a canasta (a la que ha agregado un talento impar para anotar a tabla desde casi todos los ángulos), optimizando también su cualidad para defender (producto de su trabajo en el gimnasio).
Todos esos avances han quedado de relieve en este campeonato. Me alegro especialmente por él (más después de haber afrontado tan joven el drama de perder a su madre, hace tres años; esas perdidas tan tempranas traen también la contrapartida de apreciar lo esencial en la vida, unirte más a los seres queridos que se quedan y ganar en perspectiva).
Ya no hace falta que sea el nuevo Pete Maravich, le basta con ser un tipo que comienza a brillar a la altura de su potencial y que ha dejado atrás la sombra para jugar con con tanta versatilidad como acierto (con unas medias de 16,4 puntos, 6 asistencias, 4,6 rebotes de media, 1,5 robos y 17,5 de valoración durante todo el campeonato), tanto que ha sido designado MVP (jugador más valioso) del campeonato.
A su lado, ha sido un lujo contemplar el temple para responder en los momentos importantes y la armonía para pasar de Marc Gasol (el grandullón con más garbo para asistir desde Arvydas Sabonis), los triples de fe (tras una ristra de mandarinas) del Increíble Llull, que en este campeonato ha recobrado su mejor versión tras la lesión de rodilla, para demostrar que también puede brillar en modo on fire con la selección, o la versatilidad y valentía de Juancho, la fuerza de Willy o la defensa de Rudy o Ribas (los chicos más espabilados de la clase, con un 'chip' que les permite adivinar pases un segundo antes que el resto de los mortales).
He dejado para el final el caso de Claver. Que nos ha demostrado que nada está escrito. Que todos esos años jugando como secundario silencioso le permiten ahora ponerse el traje de Batman cuando la aventura requiere de intangibles, defensa o, por qué no, primeros planos anotadores.
Cuestión de madurez y carácter.
Prueba de evolución vital. Gracias muchachos, por vuestra obra de arte. Por recordarnos que los conjuntos mejoran a los individuos y que siempre hay tiempo para crecer y afinar detalles en la escuela de la vida.
2 comentarios:
Peter, gracias por la mención, y gracias dobles por este artículo, y gracias triples por lo de "amigo". Después de todo, nos conocimos gracias al baloncesto : )
Viva el baloncesto, Eze! Y vivan los buenos amigos. Agradecimiento de vuelta :-)
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