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jueves, marzo 25, 2010

Algo que no puedo nombrar


Bikini eterno.
Chica lejana mira.
Parece incendio.

Distancias agua.
Al salir, al entrar: tez.
Piscina duda.

Montamos bromas.
Dice sí a la cena.
Flotante noche.

Música, maestra.
Furia de los licores.
Palabras densas.

Alumbramientos.
Elegancia en piel.
De cercanías.

Ojos salvajes.
Identidad y arraigo.
Manos seguras.

Haz, ven conmigo.
Velocidad en los pies.
Cuevas decientes.

Acento manos.
Linternas submarinas.
Ojos de más.

martes, marzo 23, 2010

Cayo Coco, el paraíso conectado con la voracidad humana


En la región central de Cuba, justo al norte, emerge una isla llamada Cayo Coco. Si tienes una idea de paraíso, es bastante probable que ésta encaje con lo que te puedes encontrar en esa porción de tierra (370 km2) que convierte los rayos de sol en fanta de limón. En Cayo Coco, el mar está asilvestrado pero al tiempo acostumbra a terminarse de un modo tranquilo; mientras, el azul se reinventa, los animales salvajes se hacen los distraídos para compartir baño contigo y tienes las comodidades de hoteles generosos en estrellas a un precio bastante razonable. Viva la clase media de la que somos disciplinados soldados.

La paradoja de tanta belleza estriba en que los cubanos no pueden disfrutar de su paraíso en la tierra; tienen prohibido el acceso a esta isla, la cuarta más extensa de la nación. Cayo Coco te recibe con un cartel salpicado por un par de detalles de mal gusto. Una realidad que hasta ahora no habíamos abordado en esta bitácora es el racismo que acecha en la mayoría del pueblo cubano. Las guías dicen que sólo el 15% de la población es negra. Pero, sin ponerse muy riguroso, a uno le parece que cuatro de cada diez cubanos son de ébano. Mejor para ellos: los tíos están mazas per se y las pibas son un circuito de insinuaciones: bellezones que cuando se mueven activan el universo.

Pero la gente aquí no lo ve del mismo modo. A la mínima de cambio, se ponen a rajar de los ‘morenos’, a los que asocian con la delincuencia, las salidas de tono y una insuperable facilidad para hacer el ridículo o complicar las cosas. Tampoco nos las vamos a dar de ejemplares. Si piensas en los prejuicios que despierta el pueblo gitano aquí, convienes en que la estupidez puede ser planetaria.

Por un perverso mecanismo de la (colectiva) mente, no es descabellado pensar que algunos ‘morenos’ metan la gamba por un inconsciente deseo de ‘satisfacer’ las expectativas que sus congéneres tienen puestos en ellos. Obviemos este absurdo; en el otro polo, conviene subrayar también aquí a la gente que respira lucidez y valentía. En el hotel me llamó la atención el rollo que tenían montado con los animadores. Éstos fueron encantadores con nosotros. Ya sabemos que es su oficio, pero yo nunca había disfrutado de esas atenciones y me pareció que lo tenían muy bien montado. Mención imagen para una animadora de ébano con la mirada del color que bañaba sus sandalias.

Me hinché a jugar al ping pong con el señor Boggi, que demostró ser un fiero competidor. Digamos que él ganó más partidos pero que yo demostré tener más instinto asesino, que, debidamente domado, me llevó a lograr la victoria más amplia, prolongada luego por una serie de victorias con Raulón y una de las animadoras (que, ejem, dijo haberse dejado ganar). Al final, me quedé con la incógnita de que habría sucedido si hubiéramos disputado una batalla final al mejor de cinco partidos con Mr Boggi…

Después de media decena de días viviendo a fondo la realidad del pueblo cubano, agradecimos comer viandas parecidas a las de casa y ducharnos con agua caliente. El último día lo pasé teta jugando al mini golf, esa escuela de paciencia y serenidad, donde pude ganar in extremis al tío Dani, tras emular a Sir Ballesteros con un golpe postrero que todavía me causa incredulidad (imagínense a Dani).

Hubo más cosas. Playas transparentes. Flamencos confiados. Una preciosa princesa porteña. Paseos reveladores sobre el destino de nuestro planeta, quizá también de nuestras vidas, con Javi y Dani. Noches lentas. Noches rápidas. Pelícanos flotantes. Playas sin horizonte. Tentaciones en forma de mojitos. Una final casi ganada junto a Raulón en el noble arte del fútbol tenis. Y la sensación de que el paraíso se nos escurrió entre las arenas. Quizá algún poema pueda aportar algo más de sugerencia respecto a esta galaxia de recuerdos. Brindemos los paraísos.

Algunos dirán domesticados: como los 27 kilómetros de carretera que el hombre ha construido para convertir Cayo Coco en una península. Eso sí, para enchufar dólares a la isla, ha habido que pagar un precio: una ligera diezma de la población flamenca.

Por eso mejor naturales (paraísos), como la canción Yelow inventándose en la noche. Pero ésa ya es otra imagen...

domingo, marzo 21, 2010

Los perros adelgazan Cuba


Esta isla libera a los lobos.
Los libera de tener alimentos
y también de tener humanos
(coñazos).

Hay una silenciosa (mayoría)
que simplemente sobrevive.

Sobreviven en la emergencia de esta vida.
Y se empeñan en poner de moda a Quijote.
Su delgadez es otro modo de ayuda (pedirla).

Pedirla.

sábado, marzo 20, 2010

Morgan Freeman se ha dejado el pelo largo


Morgan Freeman, incógnito, vive La Habana.
Hombre libre ya no necesita de púrpura social.
Morgan Freeman se ríe con relajo del oficio.

Hombre libre fuma belicosos y vive de trapicheos.
Libre hombre acampa cerca de los cines estatales.
Hombre libre como de nostalgia. Como de evasión.

Señor pelo de plata le roba tensión a los martes.
Zorro de escarcha practica los amores modernos.
Señor de plata se mete en el cobertizo de luces.

Pero ya no se asusta por todo lo que no siente.

(Foto: Raúl Abileo)

viernes, marzo 19, 2010

Varadero, Cárdenas y el lomo soleado de Cienfuegos


Todo viaje tiene un propósito esencial. En el caso del que nos ocupa el objetivo era doble: celebrar la despedida de soltero de Raulón y Raúl y conocer de primera mano la realidad del pueblo cubano. Para conseguir el segundo propósito alquilamos un buga de origen coreano, un daewo que dio todo lo que prometió. La única pega que puede ponerse a nuestro corcel blanco es que su suspensión trasera hacía tiempo que había dejado de ejercer, con lo que, baches de las carreteras mediantes, los tres maromos que solíamos viajar atrás nos convertimos en una versión actualizada de rompetechos.

Viajar en coche te concede la libertad imbatible de conocer pueblo a pueblo la Cuba profunda. Lo primero que nos sorprendió es que el estado de las vías no era tan lamentable como habíamos imaginado. Nos habían llegado noticias terribles de carreteras que dejaban en buen lugar a nuestros caminos de cabras. Pero la realidad no fue exactamente ésa: las autopistas de la isla tienen una calidad bastante decente. Se puede navegar por ellas a un ritmo digno y en general conservan un buen estado. Otra vaina son algunas vías comarcales…Por otro lado, la isla es una belleza verde que no repara en exuberancia vegetal a la hora de ocupar su lugar en el planeta.

En este lugar, hasta las palmeras se ponen voluptuosas y no hay demasiados cultivos. Por suerte, hay pocos coches (menos contaminación), el efecto desolador de ese reducido parque automovilístico es que legiones de cubanos recorren las carreteras a la espera de que algún alma caritativa les conduzca a su lugar de destino.

Tras día y medio de intensidad habanera, partimos a nuestro siguiente enclave: Varadero, donde hicimos parada y fonda. Varadero es algo así como el Benidorm del Caribe, sus kilométricas playas están colonizadas por infinidad de hoteles. En algunos momentos del año, el metro cuadrado de sus finas arenas cotiza alto. No fue el caso de nuestra experiencia, fugaz por otra parte, que nos sirvió para comprobar a pie de ola hasta que punto el turquesa puede ser una luz salvaje y magnética en el Caribe.

Proseguimos la marcha hasta estacionar en Cárdenas, donde la hija de un amigo cubano de Raulón, prima a la sazón de K, nos obsequió con una langosta de las que dejan huella, por lo rica que estaba y porque (sospechan los implicados) fue un factor determinante para dejar K.O. el estómago de Dani y Javi durante jornada y media.

Con nuestros compadres besando la lona, el día siguiente R&R y este escribano nos dedicamos a explorar las buenas posibilidades de Cienfuegos, un lugar donde se intuye que el verano debe ser una reinvención del desierto, pero con palmeras y agua. Por suerte, esa facilidad para el calor nos permitió descubrir los encantos de esta agradable urbe donde los caballos cabalgan con diligencia, el puerto deportivo se exhibe entre funcional y orgulloso y un día de la mujer trabajadora puedes acabar bailando con una simpática desconocida al modo cubano. Un modo que, resumiendo mucho, consiste en mover las caderas exprimiendo las posibilidades del acercamiento.

Hubo más: un paraíso abandonado, una noche surreal, un viejo boxeador como guía nocturno, una blanca de ébano, delfines de madera…Pero la hoja se agota y dejaremos esos acontecimientos a beneficio de sugerencia. Quizá alguna ola poética consigne la sugerencia en próximas lecturas. Una posibilidad imprevisible, como tantas situaciones que se construyen en este relajado pedazo de tierra.

lunes, marzo 15, 2010

La Habana: vieja invocación al futuro


La fisonomía más escultural de esta ciudad permanece disecada en el tiempo. Hablamos de la Habana vieja, el casco antiguo de la ciudad, declarada patrimonio de la humanidad el siglo pasado por la UNESCO. Todo cambió para esta urbe cuando entró en el poder Fidel Castro. La revolución del barbudo iracundo trajo algunas cosas buenas: grandes transformaciones sociales, entre las que se cuentan la sanidad, la educación pública, los servicios sociales o, si hablamos de arquitectura, la construcción de viviendas sociales y edificios oficiales. Pero en líneas generales la ciudad ha quedado anclada en su pasado desde entonces.

Si el gobierno central (en Cuba suenan a chiste conceptos como descentralización o autonomía) hubiese decidido invertir algo de dinero en remozar esos edificios, el aspecto de éstos no sería tan calamitoso. Pero salvo una pequeña porción de esta zona (la eminentemente turística), el resto de la urbe permanece en un estado de indigencia estética y funcional. Carencias que padecen familias enteras que sobreviven en la trastienda de fastuosos esqueletos de inmuebles.

Si te echas novia en Cuba, y eres de allí, puedes prepararte a compartir. Si la relación cuaja (un mes puede ser un periodo razonable para llamarla tu chica), tu novia vivirá con tus padres, tus abuelos, tus hermanos y (con bastante probabilidad) tus sobrinos. Así es la vida en esta gastada ciudad, cuyos habitantes prefieren vivir en sus calles.

Pasear por la Habana es entrar en contacto con la vida, sin artificios de simio moderno. Sus cielos están súbitamente rubricados por líneas de ropa, donde quedan expuestas las miserias de prendas reestrenadas generación tras generación, pero también la insinuación de una colección de lencería todavía humeante.

El deporte nacional también hace de las suyas en sus esquinas. Un sábado de un marzo cualquiera puedes toparte con el corpachón de un cubano de metro ochenta, bermudas generosas y la gorra bien calada. Tiene treinta largos. Y lo está pasando teta jugando con sus hijos a pegarle fuerte a la bocha (una pelota que hace tiempo que dejó de merecer tal calificativo). Los chicos arman con destreza el brazo, prolongado con un bate de buena pinta, y casi sacan un ojo a un turista alemán. Veneran el béisbol, como nosotros el fútbol. Pero no les gustan que les observen como en un zoológico; no obstante, deciden hacerse los distraídos y perfilan detalle a detalle su futuro gesto ganador.

La ciudad Habana tiene casi dos millones y medio de almas (más de tres si consideramos completo el municipio). Tres cuartas partes de ellos tienen menos de veinte años. Ellos son el futuro. Han sido amamantados por un estado cuidadoso con su educación y su deporte (que en este lugar se acerca a la categoría de religión). Son hijos y nietos de la revolución, pero la mayoría, silencio, no cree en ella. Y caminan en grupo, y bromean y hacen el tonto como lo hacen los chavales con su misma edad en cualquier latitud.

Una ciudad es también la gente que conoces. Nosotros tuvimos la suerte de encontrar a K y A. K tiene treinta años y la mirada melancólica. Pero su sonrisa la desmiente. Su sonrisa tiene el voltaje de diez bombillas y sus palabras mecen un discurso descreído donde late la resistencia. K es didáctica y ríe con facilidad. Nos explica las miserias del sistema con una contenida combinación de frustración y oxígeno. Al día siguiente viene acompañada por A.

A embellece conforme discurre el día. Suena a broma, pero no lo es. Al principio, parece la hermana pequeña de K, pero conforme transcurre el día gana en personalidad propia. Tiene desparpajo y también 24 castañas. Según su documento de identidad mide 1’63 y pesa apenas 50 kilos, muy bien aprovechados por cierto. Aterra pensar que el estado también necesite conocer tu espacio físico, como si precisara el dato para especular sobre tu futura celda o el tiempo que podrías tardar en arder.

A tiene gestos ágiles y palabras certeras. Es un terremoto de ideas y convicciones. También de invocaciones. Atrae la alegría de esta vida con sus bailes y su manera de relacionar las cosas. Adora las series españolas. Conoce mejor que nadie las interioridades de series como 'El Internado', 'Física y Química' o 'Sin tetas no hay paraíso'.

Estas dos chicas se merecen lo mejor. Están sufriendo. Pero tienen el detalle de descolgar un par de luciérnagas del techo para que pasemos un par de gratas jornadas y comprendamos mejor el absurdo y el encanto de vivir en esta isla.

domingo, marzo 14, 2010

El país de las sombras


Lo primero que te sorprende cuando caminas las calles de la Habana es la convencida oscuridad que la envuelve. La ciudad tiene una belleza al borde del desplome, pero ya de noche se adivina su gastado esplendor como ciudad del pecado. En los años 40 y 50 la isla comía de la mano de Estados Unidos, un país que vio en el caimán caribeño (basta con que cojas un mapa de la isla para comprobar lo acertado de la asociación de José Martí) un filón para canalizar los negocios de sus chicos malos.

Dicen que en aquella época, La Habana era Las Vegas cuando Las Vegas apenas soñaba con serlo. La Habana es una ciudad de olores; la risa de su gente funciona como contrapunto adecuado a una rara mezcla de orina, perfume y mar. La ciudad se ha quedado varada en el tiempo, también el estatus de su gente, que han heredado casas y coches, con lo cual no tardas mucho en comprobar algunos de los monstruos que ha creado esa mentira llamada castrismo que gobierna la isla.

Cada viaje tiene nombres propios. En el caso de éste, conviene explicar que se montó como homenaje a Raúl y Raulón, dos buenos amigos que se casan (con sus chicas, se entiende) en apenas dos meses. Tres amigos nos animamos a acompañarles en esta increíble (experiencia): Dani, Javi y este empaquetador de oxígeno. Más allá de lo que se anotará en los próximos días, conviene decir una cosa: es muy fácil convivir con estos tíos, también pasarlo bien y fascinarnos con una isla que nos ha enseñado, también insinuado, un puñado importante de cosas. Gracias chicos.

Hasta hace poco, los cubanos vivían en un verano eterno. Pero los embates de la sublevación de planeta, llámalo cambio climático, han mandado al carajo esa confortabilidad climática y convirtieron estos días en una montaña rusa, donde ahora el sol te convence de que cierres los ojos tumbado en el malecón y luego, en el corazón de la madrugada, te estremeces con los escalofríos de una ventana que nunca fue pensada para incluir cristales.

Cuba es un estado de ánimo. Cuando las expectativas de que sucedan cosas en tu entorno son mínimas (puede que inexistentes) surge el contacto humano inflamado. Aquí la gente es cálida, también generosa, solidaria hasta extremos ejemplares si hablamos de la relación que mantienen entre sí los habitantes de la isla.

Cuba es una invitación al vacile. El optimismo y la broma son una manera de estar. Cuando todo lo demás se complica, siempre te queda el humor. Una vez, escuché relatar a un sobreviviente inglés de la segunda Guerra Mundial cómo, en mitad del estruendo y la destrucción de las bombas nazis, se puso a bromear con sus compañeros respecto a dónde caería la próxima y el destrozo que podría provocar. En mitad de ese caos, sólo un poco de distancia y chiste te hace conservar la salud mental. Los cubanos son profesionales de la broma. También del aquí y el ahora.

En ningún lugar he visto cruzar miradas como en esta isla. Algunas chicas te miran con dedicación y una pregunta que termina con un principio de sonrisa. También del aquí y el ahora. La gente busca la libertad con los cuerpos; una parte de sus cabezas está enjaulada, pero otra conserva la lucidez y el espíritu crítico. Y sus corazones son un semáforo en el que el tiempo del muñeco verde dobla al del rojo. Cuba está en mí; con vuestra ayuda, estos días intentaré repartir el vínculo. Buena vida al lenguaje secreto de una sonrisa.