De qué va. Un actor con cierta reputación está enfermo y recibe la visita de su amigo del alma, llegado del mismísimo Canadá. El dinero no será un problema; la comunicación, a veces. Juntos recorrerán un tour de force emocional lleno de complicidad, alegría, amargura y mucha emoción, empaquetada por momentos en un elixir llamado contención. Un viaje en el que Truman, el perro del protagonista, se convertirá en una metáfora de la pervivencia de los afectos.
Por qué me gusta. Por lo bien delineados que están los personajes: con sus gestos y sus silencios; por lo que dicen y también por lo que callan. El silencio es un arte lleno de sutileza. Porque resulta una historia que conmueve, divierte y conecta con el dolor sin sobreactuaciones. Una cinta en la que los diálogos funcionan con la fineza de un mecanismo de relojería. Porque Darín llena la pantalla y porque Cámara no desmerece en la réplica.
Las pegas. Por momentos, uno tiene la impresión de que a la historia le faltan un par de metros de profundidad, algún hito con el que vincularse, por qué no emocionarse, sin reservas con los protagonistas.
Cuando verla. Cualquier día en el que estés sediento de buen cine, sin estridencias.
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