Cada gran escritor tiene un mito. Esa imagen se compone de una extravagante combinación de anécdotas, lecturas, pose y apreciaciones de amigos. Algo como que Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) vivía feliz en una biblioteca donde consumía libros a modo de oxígeno.
Es fácil imaginarlo como un profesional de la memoria, riendo, proyectando a través de su cerebro complejos mecanismos para explicar el universo, también el rostro de una bella muchacha o la lucha en algún arrabal porteño de finales del siglo XIX, donde luego ubicaría algunos de sus poemas. Sus escritos son misteriosos y exigen máxima concentración.
La leyenda habla también de que tanta exigencia le hacía un hombre poco sociable.Pero los mitos están para desmontarlos. O para relativizarlos. Por eso funciona tan bien la exposición que la Comunidad ha organizado en el Complejo El Águila (en el intercambiador de Delicias emerge esa antigua fábrica cervecera remodelada como funcional centro de exposiciones). Se trata de la muestra fotográfica El Atlas de Borges, un conjunto de imágenes donde se aprecian los últimos viajes de este buscador de historias.
En las fotos se ve a Borges en plena senectud, acompañado de quien primero fue su secretaria y luego su esposa, María Kodama.El genio está erosionado, camina con bastón y ya no ve. Pero todo eso es una impresión superficial, porque Borges está más contento que nunca. Se nota en el pulso de los textos que completan las fotografías.
Maravilla su habilidad para captar la esencia de un sitio en un solo párrafo. ¿La receta? Mezcla unas gotas de historia con un toque de humor y una pizca de sensaciones en primera persona. De tal forma que, no se sabes muy bien cómo, pero te encuentras bailando un twist con el viejo maestro, riendo fascinado.
1 comentario:
Pues entonces quizás sea de tu interés (desmitificante) visitar un ameno espacio argentino dedicado al poema borgesiano más glorioso: WWW.sumaleunversoainstantes.blogspot.com
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