“Si ellos fueran uno de nosotros, también pasarían del tema”. Hace tiempo una amiga me dijo algo parecido para hacerme ver que no es posible cambiar el mundo con pensamientos culpa. El instinto de supervivencia nos lleva a mirar primero por nosotros. Una prioridad que sólo cambia de verdad con los cachorros de la camada. Hay tendencias grabadas a fuego.
Pero asumir ese egoísmo genético no quita para preguntarse por el derrumbamiento colectivo. No sé muy bien de donde recogí esta foto, lo que es seguro es que es una montaña de desesperación. Creo que la acción transcurre en alguna mina de Brasil. No hay horizonte. No hay problemas que no sean apretar los músculos y olvidar el estómago. Es la imposible lucha contra la destrucción. Dicen existen seis mil cuatrocientos millones de seres humanos arañando el planeta. Más de un tercio condenados a la más absoluta pobreza. Y otro tercio largo en una situación muy parecida. ¿Qué se puede hacer?
Apenas sí nos queda conciencia.
Apenas sí nos queda conciencia. Y sus músculos son una revolución derrotada. Ya no cambiaremos el cielo. Sus pensamientos son una roca perfecta. Afilada y vacía donde escupir la desesperación. Siempre hay miedo. Pero a veces sólo puedes concentrarte en tus salvajes vacíos. Blasfemar por debajo de la plegaria y enfrenarte a tu destino con la mejor resignación. Sobreviven no los más inteligentes, ni los más preparados, ni los más fuertes, tampoco los más soñadores, alzan sus brazos de espuma los que tienen una mínima porción de futuro; la salvaje conducción de una chica, el recuerdo de un recuerdo, los que acaban de llegar. Imaginaciones para un tiempo mejor. Siempre es siempre aunque estemos repitiendo desgracias. Porciones de calidez se reparten por mi cuerpo y me dejan tranquilo. Tengo tanto dolor que acabo por no recordarme. Escarbo en la risa de estar broma. El derrumbamiento es mío. Enloqueciendo con toda dignidad. No es cierto. Aquí no hay tiempo para la locura. Si acaso para la extinción. Por eso estoy braceando. Algo me inclina a negarme negarme como aquel abuelo simio, abuelo futuro que algún tiempo atrás le pegó un corte de mangas a las mareas o gigantes animales que cada noche prometían extinguirle.
Pero asumir ese egoísmo genético no quita para preguntarse por el derrumbamiento colectivo. No sé muy bien de donde recogí esta foto, lo que es seguro es que es una montaña de desesperación. Creo que la acción transcurre en alguna mina de Brasil. No hay horizonte. No hay problemas que no sean apretar los músculos y olvidar el estómago. Es la imposible lucha contra la destrucción. Dicen existen seis mil cuatrocientos millones de seres humanos arañando el planeta. Más de un tercio condenados a la más absoluta pobreza. Y otro tercio largo en una situación muy parecida. ¿Qué se puede hacer?
Apenas sí nos queda conciencia.
Apenas sí nos queda conciencia. Y sus músculos son una revolución derrotada. Ya no cambiaremos el cielo. Sus pensamientos son una roca perfecta. Afilada y vacía donde escupir la desesperación. Siempre hay miedo. Pero a veces sólo puedes concentrarte en tus salvajes vacíos. Blasfemar por debajo de la plegaria y enfrenarte a tu destino con la mejor resignación. Sobreviven no los más inteligentes, ni los más preparados, ni los más fuertes, tampoco los más soñadores, alzan sus brazos de espuma los que tienen una mínima porción de futuro; la salvaje conducción de una chica, el recuerdo de un recuerdo, los que acaban de llegar. Imaginaciones para un tiempo mejor. Siempre es siempre aunque estemos repitiendo desgracias. Porciones de calidez se reparten por mi cuerpo y me dejan tranquilo. Tengo tanto dolor que acabo por no recordarme. Escarbo en la risa de estar broma. El derrumbamiento es mío. Enloqueciendo con toda dignidad. No es cierto. Aquí no hay tiempo para la locura. Si acaso para la extinción. Por eso estoy braceando. Algo me inclina a negarme negarme como aquel abuelo simio, abuelo futuro que algún tiempo atrás le pegó un corte de mangas a las mareas o gigantes animales que cada noche prometían extinguirle.
Detecto mucha verdad en tus palabras, amigo Pedro, pero también un inconformismo y una rebeldía propia de los espiritus inquietos, de quienes no se resignan a la situación e intentan mejorarla con todas sus fuerzas. Puede que todo sea una mierda, sí, pero también es cierto que una sonrisa de cinco segundos puede cambiarlo todo, que la verdadera revolución nace en nuestro interior.
ResponderEliminarPancracius
Tal vez algún día seamos capaces de vacíarnos los bolsillos, hasta entonces, seguiremos repitiendo las mismas imágenes y sólo podemos enviar una plegaria al universo (que es mucho). Pero cierto, la revolución es interna y una sonrisa puede cambiarlo todo, aunque ¿Cuánto tiempo nos llevará? ¿Y cuántas víctimas más han de caer?
ResponderEliminarGuaci