José Hierro y Claudio Rodríguez tienen compañía. En vida ya fueron amigos de Ángel García López y ahora el Centro de Poesía José Hierro de Getafe ha decidido hermanarles con la edición de una antología homenaje para cada uno. La última en salir a la luz es la de García López, un tipo que escribe con la mayor sencillez posible para robarle besos a las desconocidas que prueban alguna de sus historias en el metro.
A los 72 años, el poeta sabe bien de la importancia de decir las cosas en voz baja. Como si la luna hubiera exprimido la luz en alguno de sus versos: frases sencillas depuradas en la música de un soneto, imágenes llenas de insinuación con las palabras de toda la vida. Son historias al alcance de cualquiera y, al mismo tiempo, exigentes. Demandan toda la concentración y sentimiento.Lo mejor de este bardo es su aparente falta de pretensiones. A través de ese disfraz despliega su ironía, esa medicina para el alma, y convierte cada declaración de amor en una carga de profundidad. Recuerda el mundo y sugiere lo mejor de varias ciudades para descontar alegrías a los recuerdos, materia esencial de sus sueños, estos cantos donde convergen soles profundos y blusas descubriendo el verano. A veces, tienes la sensación de que es una poesía mil veces gastada, bella pero con un deje tópico o melifluo. Por suerte, esa impresión queda desterrada cuando encentras pequeñas maravillas como Trasmundo, Memoria amarga de mí o Himno para empezar la primavera.Última luna tiene la frescura de quien recurre a la naturaleza como la paleta de colores más elocuente. Algunos de los versos asombran a la memoria (“Esta tarde, no hay duda, está bien empleada./ Estuve paseando detrás de una muchacha/ que, al andar, deslumbraba por dentro de su falda”). Supongo que la poesía sirve para eso, para dejarnos con la boca abierta cuando alguien recuerda algo de todos y filtra unas notas de luz para explicar con belleza, desde un encuadre inédito, la violencia del deseo.Para los que prefieren entristecerse: “Ya ves que no soy yo./ No soy el mismo./ Aquél que fui no está. Se fue. No existe./ Soy otro. Soy mi sombra. Un espejismo./ Soy un dolor con el pijama triste”. Una crítica, se supone, es una pequeña nota escrita en el mejor de los casos con un poco de criterio, sobre los atrevimientos del de al lado. Pero, por suerte, a veces podemos abreviar los pasos y soltar algunas ventanas abiertas con palabras gastadas donde el amor, la fiebre o el cansancio suenan a descubrimiento.
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