lunes, diciembre 04, 2006

Enigma y desahucio


(South India (I), es una nueva vértebra del proyecto Geografías Humanas, un intento de aproximación a la naturaleza del ser humano protagonizado por el fotógrafo, animador cultural y escritor Juan Yuste (Madrid, 1970). Sus imágenes y su impacto, su sugerencia, están disponibles hasta el 23 de diciembre en el getafense Fender Club).

En el corazón de Getafe, bastante cerca de la Catedral, funciona por la noche algo así como un templo nocturno, un lugar donde se confunde el humo con la insinuación de unas fotos, la creatividad de unas copas con la belleza de una confesión imposible.
En ese marco, cuelgan estos días una treintena de instantáneas que retratan la realidad del sur de la India. Un rincón del planeta donde la gente vive con absoluta naturalidad en la privación. Bastantes de ellos pasa días enteros sin probar bocado. Otros, visten con la misma túnica desarrapada durante años. La vida no es fácil de imaginar para un occidental.
“Son pobres, pero no míseros. Viven con una alegría contagiosa. Aquí por ejemplo si alguien nos pide algo le tratamos como a una rata, pero allí se ayudan entre sí con total naturalidad”. La impresión pertenece a Juan Yuste, a quien le gustaría ser “un hombre del renacimiento”. A su favor tiene su vitalidad y una curiosidad casi infinita que le ha llevado a frecuentar diversos puntos de América Latina y Asia. Tampoco le falta autoexigencia “pero para ser honestos, tengo que reconocer que soy demasiado disperso. No acabo de centrarme en ninguna de mis aficiones”.
Quizá. Pero nadie puede discutir su destreza para capturar momentos. Las paredes del Fender dan fe de ello. Por encima de todas, hipnotiza la mirada de un sabio hindú, unos ojos cubiertos de tristeza; a través de la intensidad de su silencio se advierten horas de meditación sobre el sentido de la existencia y el sufrimiento. ¿Tan melancólico fue ese encuentro? “Joder no. No se por qué tío, no lo entiendo; es verdad que hay tristeza en esa cara, pero pasé un rato muy agradable junto a él. Casi no hablamos, nos sentamos juntos y meditamos un rato en armonía. Si algo te transmitía era alegría”.
El enigma de la India sigue inspirando a los occidentales. En sí mismo el país es un continente (más de 1000 millones de personas). Un lugar donde conviven ciertos despuntes de tecnología con una diversidad religiosa apabullante. “Para mi, la India es una invitación a la esperanza. En ningún otro lugar he visto convivir tan civilizadamente a tantas religiones. No sólo se respetan, sino que se veneran entre ellos. Es un ejemplo para combatir los fanatismos”.
La vida cruda inflama el sentimiento religioso. Pero también la vitalidad. No es fácil explicar su dicha o la profundidad de sus ojos. Un misterio por descifrar cuando la gente vive en la calle, poco menos que desahuciada, alejada por completo de una vida convencional de clase media en éste mundo. “Tal vez todo ese entusiasmo nazca del hecho de que no conocen otra cosa. Lo justo es que ellos pudieran elegir...No se, yo soy un pijo, paso allí cinco semanas y me fascino con su talento para vivir pero voy con un billete en la mano. Y luego disfruto aquí del vaso de agua, de mi casa, todas esas comodidades”. Ni de lejos es un pijo, pero la expresividad le puede. Más bien es un tipo con conciencia.
En sus palabras, las imágenes sirven para “cerciorarnos, otra vez, de que empatizamos y reconocemos como a un hermano a esa persona, con indiferencia de su credo, su edad, su raza o su sexo”.

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