A veces una mujer entra en tu vida para revolucionarlo todo.
Cuando la conocí, su fama la precedía. Delgada, sexy y divertida; el pelo rubio
y los modales olvidados en alguna barra de bar. Pero aquella mujer cambió
muchas cosas desde el primer día. La juzgamos mal al principio. Pensamos que
iba a separar a los amigos de toda la vida. Nuestro grupo se diferenciaba entre
aquellos que la conocían y aquellos que no.
¿Dónde estaba la diferencia? No bastaba con querer
conocerla. Tenías que invitarla a algo. Una copa, un museo, un concierto, tu
cama…Lo que fuera. Pero tenías que invitarla a algo. Como solía ser habitual en
mí por aquella época, me resistí a conocerla. Me resbalaban las buenas leyendas
que mis amigos me confiaban sobre esa mujer con vocación de bomba emocional.
Que si es una gran conversadora. Que si tiene los reflejos mentales de un
jugador de póker. Que si con ella es difícil no tener una cara, una palabra, un
silencio con el que montar juntos un enfado, una fiesta, un descubrimiento.
Daba igual. De ella
me llegaron a decir que era como la luna para los yuppies árabes del siglo IX: ella es el espejo del tiempo. La chica
también tenía su leyenda negra, claro. Noches de ruido y furia. Su
incandescente presencia para propiciar rupturas de colegiales entre
cincuentañeros. Una perfecta combinación de vacío e incomunicación entre estudiantes
universitarios…Mi instinto me decía: no es bueno abrir todas las ventanas. Pero
daba igual: el aullido de la seducción, cuando aparece en mujeres como esa,
acaba encontrándote.
Algunos amigos apañaron una cita con ella en un salón
parisino. Llegó con su aire misterioso y ese acento difícil de oscurecer. En su
sonrisa florecía un aroma a libertad que parecía una invitación al comienzo.
Cuando nos dimos cuenta, le había dado poemas, momentos y algunos batacazos
emocionales. También, la sensación de que con ella había nuevas maneras de
disfrutar el momento.
Con la cadencia de una canción pegadiza, la comunicación con
algunos de mis colegas subió varios grados de disparate y acierto, en una
autopista acuática donde se mezclaban chistes con desnudos artísticos,
burradas, sutilezas, encuentros y alejamientos, tejidos con la facilidad de la vida
respirando apertura. Con ella la tecnología volvía a tener buena prensa.
Un momento es suficiente tiempo. Esa es la frase que ella me
repetía para llevarme a sitios mejores o más nuevos o más locos. Puede que
absurdos y a veces de acercamiento, como una especie de ágora de la intimidad
que no cabe en los libros de la memoria. Gracias a ella, los chavales de mi
equipo de baloncesto empezarán a bromearse mejor, algunos viejos amigos encontraron el camino de vuelta a casa
y nuevas amigas me enseñaron nuevos perfumes emocionales... En suma: el mundo se puso a surfear en un escritorio donde se mezclan fotos
familiares, vídeos variopintos, fotos que no hacen honor a la persona o lugar que plasman y
mascotas que ganan proyección en su indefinible talento para despertar risas y
ternura.
Cuando todo estaba claro, ella decidió desaparecer. Lo hizo
durante siete horas de una tarde. Y el mundo parecía tener menos color. No
podía, no sabía encontrarme con mis amigos de otra manera, así uno tras otro,
un largo rastro de vacíos. Intenté ordenar sus álbumes y aquello resultó un
completo disparate: ¿Cómo puedes justificar que en una misma habitación estén juntos
Gandhi, una morena lujuriosa y la versión más vulgar del mejor jugador de fútbol?
Ella sabe cómo conseguirlo.
Esta tarde ha vuelto a pasar. Ha decidido escaparse con su
amante, un Samsung de apellido poco memorable, en un auto que no quiere saber
nada del mundo hasta el miércoles. Será un nuevo comienzo. Saber que los perfumes
también existen sin ella.
7 comentarios:
Magnífico Pedro, buena crónica...
Magnífico, Pedro. Estupenda crónica en el sentido más periodístico.
Muchas gracias Fernando, seguimos en la pelea ;-)
Un abrazo, maestro
Un placer leerte! G2H
Lo mismo digo, querida Guaci ;-)
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