martes, julio 18, 2006

Consumiendo la madrugada


Existe una ley no escrita que exhorta a los poetas a cincelar sus composiciones en la clandestinidad de la noche, presas de la fiebre o la inspiración. Todo nace de un deseo intenso, concretado o no. De una fantasía donde se entrecruza todo lo que podría haber sido y todo aquello que ya no podrás borrar. Nada se dice de los encargos en ese país del lugar común poético. De escribir, por ejemplo, porque un amigo quiera embellecer el recuerdo de una de sus derrotas nocturnas.
Pero el otro día en mitad de una charla llena de bromas y melancolía, Davide me pidió una nota para evocar la madrugada en la que Roy Keane cayó fulminado por el empuje de Steven Gerrard. Y aunque se supone que debería haber rechazado cortésmente el ofrecimiento, nada me costó saltarme la ley que a fin de cuentas fue construida para, llegado el momento, ser ignorada de la misma manera en que algunas veces las chicas bellas y altivas bajan la guardia.
Roy Keane tiene el mentón marcado y la mirada profunda. Le gusta el whisky escocés. Durante la semana se levanta a las siete de la mañana. Los sábados nunca se acuesta antes de esa misma hora. Tiene a gala no fallar a los amigos. No obstante, no es un tipo de palabras gratuitas, castiga la barra de un bar con la misma tenacidad con la que se niega a mover los pies en unos bailes en los que no cree. Lo suyo es acción, reacción. Lo mismo escribe un tratado perfecto sobre como discurre un día cualquiera en Boston que revisa hasta la extenuación la saga del Padrino. El tío Roy no entiende de términos medios.
Por eso, en su día flirteaba con cualquier desconocida a condición de que fuese lo suficientemente bella y misteriosa. Porque no sabe lo que es la contención engulló hasta diez copas seguidas en aquella noche gastada en uno de los templos pijos que tanto adora (las pijas guapas, faldas rosas, risa floja, las pijas monas nunca te decepcionan, nunca te prometen más de lo que aflojan, me dijo una vez).
La noche empezó suave como una pinta irlandesa. Una camarera, amiga de uno de sus mejores camaradas en el centro del campo, le invitó a un par de emparedados etílicos que le pusieron a punto para el derrumbe. Entretanto, una bella pija no dejaba de regalarle su falda rosa; aquella coreografía era como para marearse. El tío Davide reía, con esa carcajada del que ha decidido que por esta vez será ella quien se quede con las ganas. Está demasiado divertido, lento como una burbuja y locuaz como en los mejores días, empieza a evocar sus mejores recuerdos en el campo del juego. Reparte tres o cuatro pases para llenar de simetría el juego de sus compañeros, pero empieza a notar la carga de no haber probado bocado desde las tres de la tarde.
Al lado, enfrente, quien sabe ya, un joven espigado y fuerte, llamado Steven Gerrard se quita el traje de la timidez y empieza sus recorridos de ida y vuelta. Está hastiado de tanta timidez, de ser conocido por sus compañeros como el único que no ha besado los labios de una mujer a los veinte. Tiene condiciones. No me lo imaginaba tan guapo, le dijo una vez una novia de uno de ellos cuando se enteró de que no había averiguado mujer todavía. Esa época ya ha pasado.
Steve embiste como un toro. La genética le ha bendecido con un gran saque y comienza a ganar terreno. El tío Keane está con los plomos fundidos. Entonces llega el inevitable traspaso generacional. Steve empieza a reír y hace un par de bromas respecto a su rotundo bajón. Ya no estás para estos trotes, dice tras haberle robado un par de sonrisas a una atrayente morena. No va a pasar nada, masculla entre dientes Keane, nunca liderarás un gran proyecto. Lo dice sin rabia. Al contrario. Rebosa dignidad y no puede evitarse la lucidez de quien ha protagonizado un puñado pequeño pero memorable puñado de momentos gloriosos.
Steve recula un poco. Se da cuenta de que el viejo toro lleva catorce horas sin probar bocado. Cualquiera se resentiría jugando 90 minutos tras dos meses de inactividad. Gerrard tiene planta y condiciones, golpea bien a la pelota. Cuatro o cinco años después ganará la copa de Europa, celebrará su amor de película y será envidiado por la dulzura, elegancia y belleza de su emperatriz.
Pero nada de eso es comparable al humor y el espíritu emprendedor de Keane, que puede tenga sus accesos de carácter o no tenga el pase más preciso, pero que nunca permitirá que los suyos pasen ridículo. Él prefiere los desafíos, las frases definitivas y los licores densos. Gracias a su sangre de conquistador, conocerá nuevos mundos, trabará amistad con indígenas y fundará una forma de mirar el mundo llena de ironía, valores y la risa de quien sabe como estremecer a una mujer guapa como pocas y cariñosa como ninguna.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡ Muy Grande Pete !!! no creo que merezca tanto. Tus dotes de rememorador nocturno me han dejado atónito y la foto es mucho más que apropiada.

    Lo mejor de todo es que después de 10 años la alineación sigue practicamente intacta y aún nos quedan muchos partidos gloriosos por jugar.

    Un abrazo fuerte desde Natick.

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  2. nunca te fies de las pijas monas, te ponen ojitos y luego si te he visto no me acuerdo y donde dije digo digo Diego y así por los siglos de los siglos. Mejor una mona pija que una pija mona. Mejor una pinta de cerveza que una tipa con pinta de pija. En fin, este pobre Gerrard no debe saber que a las mujeres hay que mirarles a los ojos, más allá de otras partes de su cuerpo, para saber si son de fiar, si vienen de frente (y aún así no siempre es fácil acertar). En cualquier caso, me quedo con las menos monas, pero sin pinta de pija, que de esas andamos sobrados, lo que hace falta es menos monas y menos pijas pero más mujeres y más auténticas.

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