Autor de la foto y los vídeos: Javier Fernaud Quintana
Esta semana, el pasado jueves 25 de marzo, tuve uno de esos regalos que dejan su impronta en la memoria y la emoción. Mi hermano me invitó a un concierto en la sala de cámara del Auditorio Nacional: “La Vita Nuova de Nicola Piovani. Cantata para narrador, soprano y pequeña orquesta”. El recital, obra del ya mencionado Piovani (ganador del Oscar de 1999 a la mejor banda sonora original por La Vita e Bella', La vida es bella, de Roberto Benigni) está edificado a partir de la obra homónima de Dante Alighieri.
¿El motivo? Por lo visto, nuestros hermanos italianos han querido ponerse a la altura de su leyenda como creadores de encanto y han elegido el 25 de marzo como El día de Dante (Dantedi, mis disculpas por hurtar los acentos italianos... Los recursos del teclado del móvil llegan hasta donde dan). El Instituto Italiano de Cultura de Madrid ha dado una muy buena difusión a la obra musical con la que se conmemora su genio creativo. No en vano, en una jornada como esa de 1300 el poeta iniciaba su viaje por la Divina Commedia.
El concierto se desarrolla como un ritmo in crescendo. Las mascarillas blancas gobiernan con mayoría suficiente en el parlamento de la seguridad del enjambre de butacas, como adecuado contrapunto a los tapabocas negros con los que los músicos armonizan su indumentaria. Poco a poco advierto que este concierto se sale de lo ordinario.
Un joven lleno de estilo y garra declama los versos de Dante con un repertorio expresivo que fluctúa de lo narrativo a lo expresivo, de lo elegante a lo conmovedor. Por momentos parece que se arrancará la camisa blanca para dar mayor verismo si cabe a unos palabras que flirtean peligrosamente con la belleza y la emoción. El muchacho, que al finalizar la velada averiguaré que se llama Matteo Gatta, portavoz veinteañero del inmortal bardo florentino, y sus palabras encienden el asombro y el misterio; se transmite lucidez, incandescencia sentimental y también, ya en los últimos compases, algo de serenidad, de epifanía cotidiana.
La cantata va convocando el asombro nota a nota. Está interpretada en su vertiente cantada por la soprano Valentina Varriale, que rezuma clase y potencia en sus intervenciones, también sensualidad, muy bien acompañada por la Orquesta de la Comunidad de Madrid. Asistimos a un rico entramado de música y vocalizaciones que recrean los inasequibles suspiros sugeridos en los sonetos más famosos de "La Vita Nova". Por momentos, uno se maravilla ante la cadencia tan afinada que surge del oleaje de instrumentos que articulan una melodia que conmueve e inspira, por instantes uno se acerca a identificar la procedencia de esos aterciopelados sonidos.
A la salida, me admiro una vez más por la elegancia con la que el personal asiste a estas funciones. Y, sobre todo, agradezco por disfrutar de la compañía y la generosidad de mi fratello Javi, que tantos buenas oportunidades me regala para disfrutar de la música más sofisticada.
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