viernes, octubre 31, 2014

Boyhood: historia de una sensibilidad y un crecimiento

De qué va

 Boyhood cuenta la historia de un chaval cuya madre se separa de su padre cuando el él y su hermana son todavía unos niños. Su hermana es una pequeña expansiva con tendencia a poner poses artísticas cuando se presenta la ocasión.

El tiempo discurre. Varios padres postizos se cuelan en la familia. Ninguno de ellos cuenta con la suficiente estabilidad emocional como para mejorar las condiciones de la familia. Ese trasiego emocional crea un hilo de mudanzas que tampoco ayuda a edificar demasiada protección en la vida de nuestro protagonista. De todos modos, algunas cosas crecen: los ligues, su pasión artística y el vínculo con sus padres, tan desordenados emocionalmente como fiables en el amor y cuidado de sus hijos.

Por qué me ha gustado

La película me parece una suerte de poema vital en la vida de un adolescente. Está hecha de momentos con los que cualquiera se puede identificar. Momentos sencillos. Cotidianos. Envolventes. Las broncas de los padres. La fascinación por las chicas. Las primeras veces. Alguna situación traumática que no depende de uno. El poder de la imaginación. Una vida que se parece a muchas otras.

Con el añadido de la mirada serena, sensible y a menudo detenida del protagonista. Una indefinición vital bastante comprensible si pensamos en la adolescencia y también el paisaje de formación que ha mamado en casa, con constantes cambios y varios volantazos vitales. De todos modos, el chico consigue convertir cada golpe en un encaje y se logra colocar bastante bien dentro de la confusión. Tiene talento. Y un profesor que le alecciona sobre la importancia del trabajo como generador de calidad en un oficio. También queda espacio el del padre relativizando la primera pérdida sentimental.

 Consejos sencillos que cobran más valor gracias a las acertadas interpretaciones de los actores protagonistas, especialmente los padres (Ethan Hawke y Patricia Arquette) y, sobre todo, el protagonista (Ellar Coltrane). Me gusta en suma la película porque imita a la vida (con sus destellos y dificultades) y porque también la eleva (con la magia para inflamar momentos con tonalidades de encanto). Tempo narrativo elevado por su banda sonora, su habilidad para el ritmo narrativo y la promesa vital que emerge del protagonista.

Las pegas

En algunos pasajes, la película languidece, se abandona demasiado a labor documental de una existencia y olvida el poder de sugerencia, la fuerza de la elipsis, que ofrece el cine. Aunque, para ser justos, también funciona como metáfora de la desconexión y el aislamiento (la desconfianza hacia el otro, la facilidad neurótica, la falta de recursos comunicativos) en las que vive inmersa la sociedad estadounidense y quién sabe si también la nuestra.

Cuando ir a verla

-Una historia adecuada para los días con hambre poética.

-Apropiada también para una primera cita. Ya sabes, el rollo de chic@ sensible...

-Intuyo que también puede funcionar bien como terapia de choque en un día melancólico...

Pd: La gestación de la película, prolongada a lo largo de varios años y con el valor añadido de presenciar el desarrollo personal y artístico de un jovencísimo actor, es en sí misma un hito. Mérito atribuible a Richard Linklater. En este artículo puedes conocer más detalles sobre la misma.

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