martes, agosto 16, 2011

El viento que no descansa y las puertas azules


Lanzarote es una isla con vocación de adolescente. Hay algo obstinado e impertinente en las rachas de viento que viajan por toda la isla, con insistencia y arena, en los meses centrales del verano. Sorprende conocer, por boca de los lugareños, que los mejores momentos para vivir en la isla más oriental de la vieja Atlántida es en invierno, cuando las temperaturas suaves conservan la calidad de vida de un lugar liberado por aquellas fechas del inconformismo y las insidias de los vientos aliseos.

Una de las improntas de la isla radica en el color de sus casas (blancas como un estado de ausencia) y, sobre todo, el de sus puertas. La mayoría de ellas son de color verde, aunque si nos acercamos a la costa también veremos algunas pintadas de azul. En ambos casos el contraste es luminoso; las viviendas te transmiten una nota de inocencia y comienzo que confiere a este lugar esa sensación de rincón aparte que tanto ha cautivado-cautivó a escritores de la talla de José Saramago y Alberto Vázquez Figueroa, que en su momento fijaron su vivienda en la isla.

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