lunes, febrero 01, 2010

Invictus: ni la mitad de grandeza que el libro, pero entretenida


Se ha convertido ya en un lugar común inclinar la balanza a favor de un libro cuando éste se compara con su hija cinematográfica. Invictus, la nueva película de Clint Eastwood, no escapa a esa tendencia general, pero se deja ver y contiene la interpretación colosal de Morgan Freeman, que le coge prestada el alma a la persona (viva) que quizá ahora mismo sea más admirada en el planeta: Nelson Mandela.

Mandela permaneció encarcelado durante 27 años. ¿Su pecado? Protestar airadamente contra la segregación racial, que modelaba el sistema político, social y económico del país en el que le tocó nacer: Sudáfrica. En aquella primera época, Mandela escogió a veces el camino de la violencia. Pero ya entonces se podía vislumbrar que aquel simpático abogado emanaba un aura especial.

Con la sonrisa como primer argumento, el joven Mandela tenía porte para lucir elegantes trajes con los que buscaba inspirar a los suyos y cambiar las reglas de juego. Pero ese atrevimiento le costó caro: pasó casi tres decenios entre rejas. Ante una situación así, lo más normal hubiese sido abandonarse o llenar el depósito del odio. Pero Mandela hizo justo lo contrario: salía a correr todas las mañanas cuando el alba todavía no había despuntado y se puso a leer con vocación enciclopédica.

El principal objeto de sus lecturas pasó a ser la cultura de los afrikáners (esa minoría blanca de origen holandés que gobernaba su país y detentaba las ventajas de quien figura en lo alto de la pirámide social). Aprendió sus costumbres, su cultura y su lengua. Comprendió incluso la trascendencia que para ellos tenía el rugby.

En aquel tiempo, Mandela reinventó el fresco de su alma y concibió un plan hacia la reconciliación: buenas dosis de generosidad, inteligencia vital y perdón (la venganza más noble según el señor Cantona).

Una vez llegó a la presidencia del país (arrasó en las primeras elecciones en las que la población negra tuvo derecho al sufragio), concretó todas esas cualidades en una estrategia tan imprevisible como emocionante: hacer todo lo humana (e imaginativamente) posible para que su país se convirtiera en campeón de la Copa del Mundo de Rugby, que se celebró en territorio sudafricano en 1995. Y convertir esa epopeya en sinónimo de reconciliación (y unidad) nacional.

Sobre ese empeño, sobre el carisma de uno de los genuinos padres africanos, gira la película ‘Invictus’, que tiene ritmo, contiene secuencias épicas y cómicas, emocionantes y líricas, pero que tiende a la superficialidad. No digo que sea fácil plasmar la hondura de la complejidad del conflicto sudáfricano, pero ‘El Factor Humano’, libro de John Carlin en el que está inspirado la película, es bastante más interesante.

La película, no obstante, vale como videocilp de una historia que renovó el alma de su país. Merece la pena verla en V.O (qué cercano resulta el acento de nuestros primos del sur hablando la lengua del pirata Drake). La composición que Freeman hace de Mandela es una genialidad (su forma de moverse, de sonreír, de dudar) y Damon cumple con nota en su papel de capitán de la selección sudáfricana. A veces el relato peca de exceso de azúcar en el dibujo de los personajes y algunos momentos, pero acaba no muy lejos del notable por el humor que brota en algunos diálogos y situaciones, porque contiene la intensidad y aliento poético (música y malabarismos de cámara mediantes) de ese maestro artesano del cine que es Eastwood.

El libro lo devoras como si fuera un thriller, pero con el valor añadido que ofrece una lectura atractiva y desenfadada del que quizá sea país más occidental del continente africano. Carlin no cae (del todo) en la hagiografía de Mandela, nombra también sus carencias familiares y sus limitaciones como hombre, pero por encima de ese peaje construye un luminoso retrato sobre un tipo que fue capaz de tomar las riendas de su destino, con un coraje, determinación y generosidad que todavía hoy asombran a la gente.

Paralelamente, retrata los claroscuros de un país lleno de contrastes. De algunos personajes que tuvieron que dar lo mejor de sí para evitar la guerra civil. Como hilo conductor, traza la narración de una competición deportiva que puso de relieve el genio político de un hombre que guió a su nación hacia un futuro mejor, lo que no quiere decir que pudiese librarla de la delincuencia, así como de importantes capas de corrupción, retrasos sociales y pobreza que hoy día la asedian.

Pero al menos ‘El Factor Humano’ cumple su objetivo: relata una realidad (más o menos) ajena a nuestro país, divulga y conmueve. En cierto punto, inspira, igual que la película, pero convendramos que ese mérito pertenece al verdadero protagonista de la historia, un tal Nelson. El mismo que cuando estaba viendo la película, se giró hacia al viejo actor afroamericano y le dijo: “este tipo me suena…”.

A sus 92 años, el señor Mandela conserva la lucidez. Puede que ya no le respondan las piernas. Pero sí la cabeza y el corazón. Milagrosa longevidad. A veces la vida ofrece merecida gratitud a la gente que se atreve a inventar un mundo mejor.
Gracias Nelson.

2 comentarios:

  1. Anónimo11:29 p. m.

    Bueno pues entonces para no desilusionarme, veré la película y luego leeré libro...Gracias por la crónica

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