lunes, octubre 12, 2009

Boda de Blanca&Luisja


Luisja sabe ponerse nervioso: es el día donde
enfundarse el traje oficial de enamorado.

Él sabe que es un formalismo.
Pero las manos dicen “suda”.

¿La iglesia?
De una elegancia compacta,
como para fundir barrio y futuro.

La ceremonia evoca una charla familiar.
Oficia un padre entusiasta,
que olvida ceremonias en su vocación de
maestro.

Maestro es un hombre que se explica con sencillez, luz y humildad.
Nuestros protagonistas cocinan una ración de esas,
cuando pintan sonrisas a los amigos
en medio de ese paseo perfecto que
escenifican en una tarde continua,
llena de variaciones espléndidas.

Un paseo ameno, cálido y, sorpresa,
con vocación de deporte cómplice
(piensa en decenas de google calles maps).

Aterriza el banquete-momento
y nuestros protagonistas
sonríen con el aplomo de la estrella cine.

Blanca irradia una luz lunar.
Y atiende los requerimientos
con distinción, sin extraviar su risa
(el himno favorito de los viejos románticos del XIX).

Luisja abrillanta su elegancia de broma amable
con movimientos de elegido
y una naturalidad que tiñe la estancia.

Ambos declaman amabilidad y
conceden nuevos matices a la palabra cómplice.

El banquete es una oda a la comida exquisita
(y abundante, como si el galo bigotudo
hubiese metido mano en la confección del carta).

Y el baile bulle con simpáticos saltitos,
donde se disuelven los formalismos;
algunos padres vuelven baile.

Los invitados hacemos por parecernos;
parecernos a nuestras estrellas:
naturales, con ritmo, y alguna broma.
Claro que los brebajes tienen sus propios tempos.

Y los amigos se contagian.
El contagio de Blanca y Luisja.

Un contagio donde el firmamento
ofrece un ejemplo de pareja en
conjugación.

La clave, explica el bigotudo héroe,
al borde de la retirada,
es que estos chavales beben mi nueva pócima:
paciencia, belleza, alegría y normalidad.

Qué difícil mezclar tanto.
Felicidades chicos.
Que continúe el contagio.

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