jueves, agosto 30, 2007

El corazón embarrado


Las ocho de la noche. Es invierno y apenas quedan un par de amigos con los que regatear a las sombras. Ríen mientras el padre de uno de ellos espera pacientemente para volver a casa, donde su mujer, la mamá, ha preparado un pollo asado con la guarnición más rica que uno recuerda. No es muy difícil imaginarlos después, bromeando, mientras inconscientemente uno de ellos, o los dos, proyectan la arquitectura de jugada perfecta por banda izquierda.

Ya de mayor, los pocos partidos que lo vi me dejaron la sensación de un tío con mucha clase. Que se iba fácil por la banda. Con potencia y valentía. Por lo que me han contado, de un día para otro pegó un estirón en su juego. Algo parecido ocurre en el camino hacia la madurez. Te pasas la vida pegándote cabezazos contra algunas limitaciones y de repente las superas y eres un tío un poco más feliz.
Y el chico pasó a ser muy importante. Debutó en el Sevilla sin los veinte. Y llegó a estrenar la roja. Uno de los grandes de este negocio, el señor Caparros, le dijo que si no perdía la actitud sería titular en la selección. Y actitud no le faltaba. “Hasta para saludar al último mono de la ciudad deportiva”, como señala uno de sus padres deportivos. Era uno de sus tíos que no se deja arrancar la piel de la normalidad.

Los que le conocieron hablan de un tío simpático, propenso a la broma. A mi me ganó cuando recordó a su abuelo (que había muerto casi catorce años atrás y era sevillista irredento) con nostalgia, con la pena de quien quiere ofrecerle un triunfo, un homenaje a alguien a que guardas infinito cariño ya no está aquí. Me resultó familiar.

Tenía 22 años y estaba saliendo (gracias, Silvia) con una chica que casi le doblaba la edad, con dos nenas. Le quedaba un mes para ser padre. Es una de las cosas que me admiran de los deportistas de élite. O padres precoces. O mujeriegos, por no decir puteros, impenitentes. No conocen el termino medio. Tanta adrenalina exige el caos o el universo ordenado.

Siempre que le preguntaba al tío Fran por Navas, el me la devolvía con la misma frase: “Puerta, Pete, el bueno es Puerta”. No era una respuesta lanzada al tun tún. El señor de los excesos se traga con cuchara casi todos los partidos, oficiales o no, de los de blanco. El si que es sevillista hasta la muerte. Uno de los peores días llegó con el descenso de su equipo a la segunda división. Así que no es muy difícil de imaginar cuales han sido algunos de los más felices.

Estos días me he acordado de la frase que en alguna noche de la prehistoria me confío Comendatore: “Los mejores siempre son los primeros en irse”.

Su tragedia ha sido en cierto modo la nuestra. Nos ha recordado la fragilidad de nuestros sueños. O, mejor, de nuestra estructura. Porque su alma, desde ahí arriba, ya está generando algunas buenas noticias. Como hermanamientos insospechados. O una mejora de la conciencia (y los medios en la lucha contra la fatiga del corazón).

El mejor epitafio para su vida lo dejó el otro día David Belenguer, el capitán del Getafe: “Si yo tuviera un hijo y se me muriera con su edad, me gustaría que hubiera conseguido, y viviera con la intensidad, con la que lo ha hecho él”.

Descanse en paz, Antonio Puerta.

3 comentarios:

  1. Gran post y gran homenaje. Gracias por recordar la frase.

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  2. Imposible contener las lágrimas, Pete. Gracias, yo lo intenté pero no me ha quedado tan redondo.

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  3. Anónimo1:21 a. m.

    Excelente artículo, señor Fernaud. De los mejores que has escrito, y eso que te he leído unos cuantos. Se nota que con el paso de los años vas depurando tu técnica narrativa, separándola de las superfluas florituras más destinadas a tu querida poesia.

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