Resopla, con el cigarrillo a punto de ser salvado. Lo está pasando bien. El local tiene suficientes brumas y, más importante, movimiento. Belleza. Locura conteniendo los dedos. Las bromas nacen con facilidad mientras disparata sobre la noche bonaerense del tío Calamaro o la indeterminación de la falda de la chica francesa. Esa que se tumba y se sienta todas las tardes a horcajadas. Ahí, en el centro cósmico de un lago que nunca visita. Otro trago. Otro. Algo violento y dulce como los mejores incompletos. Evocaciones. La liturgia diaria de Palop, su paciencia, los reflejos para evitar la caída de esa amazona en su safari por la pista de baile. Esa en la que prueba la perversidad de unos inocentes dedos. Pocas aficiones, depuradas hasta el fanatismo. Cine de maleantes carismáticos. Baloncesto. Comida napolitana. Sin saberlo, o haciendo como que no, está en pertenencia de un tiempo no existe. Un mundo de apretón de manos, donde cada fiesta es un cielo del sur cubierto de tentación. Y el sonido de la guitarra pone alfombras para derribar a los amigos con otra colleja y la misma broma cincelada hasta el absurdo. Y la risa. Esta luz es una batalla de cuerpos postrados. Conjurar el miedo. Apariencia. Y el miedo. Una imprudente. Tiene cuerpo de rubia y labios de pruébame.
El ruido de la cabeza contribuye a la dedicación.
Y en la parada hacia ninguna parte relaja
sus besos
buscando
la confirmación de su cuerpo.
Mañana me deprimirá conocerte.
Pero hoy no pararé
sacudamos el universo.
(Para Fran)
El ruido de la cabeza contribuye a la dedicación.
Y en la parada hacia ninguna parte relaja
sus besos
buscando
la confirmación de su cuerpo.
Mañana me deprimirá conocerte.
Pero hoy no pararé
sacudamos el universo.
(Para Fran)