jueves, marzo 01, 2007

Sin agua mineral


Tiendo a la idealización de los ochenta. Ese tiempo donde todavía quedaba espacio para la rebelión y el misterio. Días donde surgían plantones injustificados y el temblor de las transgresiones todavía no estaba bajo sospecha.

Hasta que aterrizas en la República Democrática (cada vez soporto peor el sarcasmo) Alemana. Avenidas amplias llenas de un silencio como no recuerdo. El color tristeza del otoño y los coches artesanales. Algo familiar. Con la diferencia de que entonces la gente se aferraba allí a la inercia con demasiado tiempo para consumirse. El arrepentimiento. Un cielo plomizo dispuesto a pulverizar la angustia de los cráneos.

Y el imaginario de mitos que alguna vez tuvieron algún sentido en un puñado de hombres. Algunos de los mejores de su generación. Progresos comunitarios. Poesía. La perfección practicada hasta el enfriamiento. ¿Capaces sois de numerar toda mi existencia? La gente confinando sus vidas, con insistencia, en la geografía del miedo.

Aterra nuestra capacidad para hacer lo correcto. Un día es denunciar al viejo de al lado. Otro es la hipoteca en el murmullo ajeno. Mañana jóvenes, productivos y guapos. En ese mundo donde el estado es un dios miseria implacable. En ese mundo donde se paralizan las emociones. Una actriz guarda en su cuerpo las neuras, medicinas y adoración de su chico. Cachorro condecorado del régimen, poeta desde donde no llega la memoria, un hombre bueno, deshilachado y con suerte. Con talento para con sus manos convocar la tristeza de Beethoven, inmune a las balas entrando a pulmón.

También se puede, se puede, vivir (a veces respirar) con pequeñas muertes rodeando la cintura. No digo sea fácil. Pero espacio todavía queda. Rebelión y misterio.

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