“No tengo miedo a perder, pero tampoco a ganar”. La frase, la convicción, pertenece a Cesc Fabregas, uno de los jóvenes más talentosos del fútbol español. Una sensación trasladable a los personajes de Atlas de la Geografía Humana, la nueva película de Azucena Rodríguez. La cinta narra las dudas y logros de Ana (Cuca Escribano), Rosa (Montse Germán), Marisa (María Bouzas) y Fran (Rosa Vila). Cuatro amigas (y compañeras de trabajo) que se encuentran en una situación de incertidumbre. Las casadas están asediadas por la monotonía y la infidelidad. Las solteras mueven su vida en un páramo sentimental del que no parece sencillo salir.
Sin embargo, casi sin darse cuenta, las cosas empiezan a cambiar. Aparentemente, es una suma de giros sexuales alumbrados por la suerte. En realidad son su ganas por tomar el rumbo de sus existencias. Ellas saben lo que es tener ganas de que pase algo. Y de un modo más o menos velado, salen de una larga tregua, esa en la que se confunden las memorables experiencias de juventud y la instalación definitiva de la madurez.
La historia se mira con interés, es entretenida y resulta sencillo identificarse con algunos de los sueños y temores de sus cuatro protagonistas. Es una buena adaptación del novelón (más de 600 páginas) de Almudena Grandes, una de las mejores escritoras españolas vivas. El ritmo en la gran pantalla a veces tiende demasiado a la corrección, pero esa sensación de planicie queda compensada por el acierto de algunas escenas.
Los personajes masculinos no tienen ni la mitad de empaque, pero por lo menos no sufren el maniqueísmo de buenos y malos del cine de Almodóvar. Las actrices bordan su papel. Y en el caso de Cuca Escribano, uno tiene la sensación de estar viendo a la chica que mejor ríe del cine español. A veces seductoras, otras contradictorias, muchas veces vulnerables, pero siempre vitales, estas mujeres llenan la cabeza de buenas ideas.
Aprenden a convivir con la frustración y también a superarla. ¿Les suena? No les extrañe, la historia está concebida para provocar la identificación. No es una peli de, por y para mujeres. Sino de seres humanos que se atreven a seguir creciendo, encarando los desafíos cotidianos, con el ímprobo trabajo de una cartografía mundial y sentimental como nexo de unión. Rodríguez consigue trenzar con maestría una historia entretenida, sin artificios. No es deslumbrante. Tampoco muy original. Pero conmueve y cubre de optimismo. Porque, a veces, cuesta creerlo, pero a veces las cosas cambian.
Sin embargo, casi sin darse cuenta, las cosas empiezan a cambiar. Aparentemente, es una suma de giros sexuales alumbrados por la suerte. En realidad son su ganas por tomar el rumbo de sus existencias. Ellas saben lo que es tener ganas de que pase algo. Y de un modo más o menos velado, salen de una larga tregua, esa en la que se confunden las memorables experiencias de juventud y la instalación definitiva de la madurez.
La historia se mira con interés, es entretenida y resulta sencillo identificarse con algunos de los sueños y temores de sus cuatro protagonistas. Es una buena adaptación del novelón (más de 600 páginas) de Almudena Grandes, una de las mejores escritoras españolas vivas. El ritmo en la gran pantalla a veces tiende demasiado a la corrección, pero esa sensación de planicie queda compensada por el acierto de algunas escenas.
Los personajes masculinos no tienen ni la mitad de empaque, pero por lo menos no sufren el maniqueísmo de buenos y malos del cine de Almodóvar. Las actrices bordan su papel. Y en el caso de Cuca Escribano, uno tiene la sensación de estar viendo a la chica que mejor ríe del cine español. A veces seductoras, otras contradictorias, muchas veces vulnerables, pero siempre vitales, estas mujeres llenan la cabeza de buenas ideas.
Aprenden a convivir con la frustración y también a superarla. ¿Les suena? No les extrañe, la historia está concebida para provocar la identificación. No es una peli de, por y para mujeres. Sino de seres humanos que se atreven a seguir creciendo, encarando los desafíos cotidianos, con el ímprobo trabajo de una cartografía mundial y sentimental como nexo de unión. Rodríguez consigue trenzar con maestría una historia entretenida, sin artificios. No es deslumbrante. Tampoco muy original. Pero conmueve y cubre de optimismo. Porque, a veces, cuesta creerlo, pero a veces las cosas cambian.