viernes, enero 19, 2007

Especial


Una de la tarde. Un grupo de rockeros desparraman estilo, atrevimiento y hambre por un escenario lleno de figurantes. El público no existe en un tiempo donde importa más que te televisen que la emoción naciente de tus melodías y palabras. Pero a veces conviene engañar al sistema. Dices a todo que sí y logras la adoración de diez nuevos seguidores. Los mismos que se quedan alucinados tras encontrarte en la madrugada de la caja sedante. Letras emocionantes cinceladas en la asfixia interior, emociones hilvanadas con toda elegancia a un ritmo de rock y pop tan atractivo como para sugerir nuevos estados de ánimo. La promesa de la música funcionando a toda insinuación. Espacios íntimos donde mejorarse las heridas.
Algo parecido puede decirse de Gonzalo Escarpa, un trovador irreverente de treinta que hace del acto poético una seducción. El tipo, con trazas de actor, se sube a la mesa y declama, se enfada, bebe despacioso los versos y busca el contagio. Tampoco olvida el juego, esa corriente eléctrica que hace más interesantes esa clase de encuentros. El mundo sigue llenándose de niebla. Pero él aprovecha un mismo poemario para conciliar clasicismo, simbolismo, coloquialidad y todo el afán lúdico propio de quien está buscando. Descubriendo texturas que convoquen nuevas rabias y promesas a través de las que mejorar la comunicación y, por qué no, la calidad de este sueño.

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