Haikus, liras, sonetos, submarinismo emocional...cine, series, baloncesto y algo de literatura; arrebatos y destellos para darle arraigo a la posibilidad. Lo mejor está por venir. A través de esa idea, vivo, disfruto y ordeno la realidad, que construimos juntos cada día :-). Un blog de Pedro Fernaud Quintana
viernes, noviembre 10, 2006
Caos futurista y verosímil
Hijos de los hombres, la nueva película de Alfonso Cuarón
(Y tu mamá también) es una fábula futurista que será vista dentro de diez o quince años como un clásico del cine de ciencia ficción. Y como sucede con la mayoría de las historias del género, el arranque está repleto de sugerencia. El director mejicano dibuja un mundo irreal pero verosímil, donde los odios, miserias, discriminaciones, guerras y nacionalismos se han desarrollado hasta tal punto que la humanidad se ha colapsado; desde hace poco más de dieciocho años no ha nacido ningún niño.
El protagonista (Clive Owen) es un tipo que a duras penas se agarra a la rutina del trabajo. No permanece ajeno a la miseria moral y física que le rodea, pero ha decidido entregarse al whisky y la apatía como tablas de salvación. Por suerte, cuenta con la comprensión y el estímulo de un extravagante sabio (Michael Caine) que vive escondido en el bosque, entregado a brillantes sentencias cósmicas y el alivio de la música mezclada con hierbas de sabor a fresa...Un respiro de humor y optimismo en medio de tanta tiniebla.
La acción pues se desarrolla en un escenario planetario convertido en una distopía integral: los refugiados y los inmigrantes ilegales han aumentado exponencialmente, y ya no hay guetos, ni gobiernos, ni esperanzas que puedan detener el instinto de autodestrucción de la raza humana. Hay también fugitivos, denominados solidariamente fugis por los menos sobornables. Entre ellos destaca una chica.
Esa chica cuenta con la protección de la ex-novia, o puede que ex mujer, del protagonista (Jualiane Moore). Pero todo empieza a salir mal. De esa forma en la que vida te demuestra que las cosas siempre pueden ir un poco peor.
Y durante ese descenso, la película cobra su dimensión metafórica más estremecedora. El espectador muta en refugiado, caminando hacia ninguna parte, con la gasolina de la desesperación como única forma de no extinción. Más drama bélico. Lástima no haber desarrollado un escenario y unos personajes más sugerentes que la media. Pero ha habido espacio para fascinarse con la mirada de Clive Owen y los encuadres y diálogos, tan sutiles como envolventes.
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