martes, agosto 08, 2006

Perdidos en mitad de la nada


Llevas meses planeando un viaje. El destino es el otro charco. Cuando por fin, madrugón en la espalda, te decides a embarcar te comunican uno de esos desastres que no aparecen en tus peores previsiones: no tienes reserva en el vuelo que te iba a llevar a Buenos Aires.
El caso es que el bueno de Raúl (a partir de ahora lo identificaremos como el señor Wolf o el señor White, w en cualquier caso) echó mano de su providencial temple de ingeniero para sacar del tipo gay (y no es broma) que nos atendió un doble dividendo: tarjeta de embarque, billetes cerrados dijo él, aunque luego vimos que no era cierto, y hotel y manutención (palabra muy empleada allí donde labura el Señor Wolf).
Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos en mitad de la nada, el hotel más grande de Europa según reza la tarjeta del ídem Auditórium, y seguramente también el más aburrido.
No había periódicos, no había calles, ni billar, ni nada que no fuese una piscina en el ático a la que se nos denegó el paso por no llevar chanclas (quien coño quiere llevarlas en un viaje invernal en el hemisferio sur, donde como más tarde averiguarán el frío inmoviliza tus huesos).
Pero lo más surrealista estaba por llegar. Entramos en nuestro comedor (buffet Madrid, detalle nada obvio en un sitio donde hay hasta un salón dedicado a Munich, Londres o…Mocejón). Al poco, descubrimos que buffet libre sí, pero no libre ubicación. Cómo si de una brutal regresión se tratara, nos vimos pastoreados como cuando en el comedor del colegio (quién no recuerda al Señor Patillas, Horencio, megáfono en mano) y nos obligaron a sentarnos en una mesa en la que compartías cubierto con toda clase de culturas. En la mesa escuchamos expresiones que hablan por sí solas: “Sí, nuestros compañeros sia salieron para Ecuador pero llevan dos días atrapados en Cololmbia”. O un afortunado hombre que decía “mi vuelo sale mañana” (luego nos enteramos de que llevaba una semana atrapado entre culturas). Por último, una nota sobre la foto que no hicimos. Raúl se fijó en una urna vacía que destacaba entre decenas de esculturas de corte clásico, relojes y divanes. En principio, pensamos en una foto de sal gruesa, con uno de los dos masajeando los estupendos pechos de algunas de las diosas que nos rodeaban, pero al final cobró enteros hacernos una foto metidos en una de las urnas, cual apolos tragicómicos del siglo XXI. Lástima que en el hotel armaran un kilombo (locura) para ir al aeropuerto y con las prisas no pudiésemos fotografiar el absurdo de esta primera jornada.

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