jueves, agosto 10, 2006

Luces de otras noches


La primera impresión argentina nos dejó un poso contradictorio: contento por sabernos en un sitio familiar (gran ciudad, el color de los tejados, la cercanía de la gente) y tristeza por sus rémoras. Buenos Aires funciona con la misma tecnología con la que los madrileños nacidos en el 79 aprendíamos la vida con siete u ocho años. Y si te descuidas, si apartas tu vista del melodioso discurso del taxista, descubres a una panda de quinceañeros a la deriva, un lunes cualquiera a las dos de la mañana, en busca de cartón o en busca de la nada.
Apagado ese eco, llegamos a Puerto Iguazú. El señor W (un tío viajado como pocos que trabaja para los yankees) dice que el sitio le recuerda a República Dominicana. Juzguen ustedes: largas avenidas, coches de los años 60, sofisticados bares a la manera de San Francisco y nativas que semejan a las chicas policía de Pacific Blue.
Ya por la noche, descubrimos que detrás de la aparente pobreza se esconde un resquicio de sofisticación y podemos salir a tomar un helado de limonchelo y jugo de ananas, mientras nos relajábamos con el house más tanguero, a través del que sentíamos el aroma de lejanas noches ibicencas con la placidez del que acaba de descubrir el paraíso: la mezcla perfecta de Argentina, Tenerife y Cuba. Lástima que las lágrimas de los dioses caigan tan lejos de casa.

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